martes, 30 de marzo de 2010

CAPITULO II(final del capitulo)

Paredes de colores grisáceos rodeaban mi estancia, el aire olía extrañamente
envenenado y no recordaba nada de lo que me rodeaba, mis nervios se dispararon,
salté del camastro en el que me encontraba y caí al suelo con la respiración
entrecortada y en mitad de un ataque de pánico volví a perder el conocimiento. En
mitad de la nada levité entre una sucesión de sonidos(“ten cuidado ahí fuera, que no
carcoman tu esencia”).
Desperté de golpe, de nuevo en mi habitación. Recordaba pequeñas imágenes del
miedo irracional que sentí cuando desperté por primera vez. No podía ser un sueño,
me encontraba en el suelo con un fuerte dolor en la cabeza, realmente cuando
desperté me sentía como aquel ser con el que sueño tanto últimamente. No había
despertado como José Francisco Altamira Saez, sino como un ser mitológico,
mezcolanza entre lobos y alimañas extrañas que no conozco. Cuando empezó a sonar
el despertador, yo estaba ya en la cocina, pero no pude evitar correr rabioso hasta él
para estampar lo contra la pared, el silencio reapareció y aun tenia algo de tiempo
antes de irme(“ mi economía sé esta yendo a la mierda con tanto despertador, aunque
por lo menos eso que me ahorro en un psicólogo”) la idea de acercarme a un
psicólogo siempre me había asqueado, aunque me prometiese año tras año que
cuando lo necesitase sería lo suficientemente maduro como para aceptarlo.
Tres calles mas atrás de mi conversación conmigo mismo, me quede parado, ante
el baile de ademanes que dominaba la acera de enfrente mía.
Una mujer, mas una chiquilla que otra cosa, se deshacía en ademanes ante un
viejo rojo, tremendamente rojo, como si la ofensa insoportable hubiese sido proferida
y se remitiese en una explosión de la sangre. Eso fue bastante para cubrir un día más,
durante todas las palabras injertadas en mi ordenador, recordaba su mirada nocturna a
un paso de sonámbula que me había regalado la casualidad. No, la causalidad.
Bajo la noche, la lagrima negruzca recorría lentamente con su paso humeante el
papel de plata donde reposaba. Bajo la calma y el silencio de mis ideas, una débil
sonrisa despreocupada decoraba mi rostro mientras un repiqueteo liquido sonaba
contra los cristales de las ventanas.
La lluvia besaba su cara allá en la terraza, donde tranquilamente pasaron las horas
hasta que el frío se hizo insufrible. Aun así por un instante se sintió niño, recordó
como se sentía aquella sonrisa y todas las débiles locuras que lo atormentaban desde
hace ya años atrás, desaparecieron por una noche.
La absenta me vuelve a rasgar la garganta, y en el fondo del estomago aun se siente
una pequeña alegría, como si un gran peso hubiera dejado al estomago tranquilo.
Repaso el día tranquilamente, y las imágenes se me suceden una a una; la luz del
mediodía chirriando en mis párpados, el teléfono sonando a lo lejos, la voz lenta y
gris del director de departamento(“ya no hace falta que vuelvas a venir a la oficina,
no nos hacen falta becarios tan enfermizos o tan vagos”). La almohada recogiendo de
nuevo la cabeza que acomodada y tranquila no puede hacer mas que suspirar de
alegría al digerir la buena nueva. Y de nuevo la absenta comienza su camino a través
de la garganta hasta lo mas hondo de este estomago lleno de nervios y
despreocupaciones. En verdad han sido unas causalidades muy graciosas, el
despertador de ayer aun debe estar destrozado en el suelo de la habitación, pero no
llegue a comprar ninguno nuevo por pasear tranquilo hasta el trabajo. La lagrima de
opio al llegar a casa relajó todas las preocupaciones y el baño de lluvia en mitad del
éxtasis preparó las consecuencias que mi subconsciente deseaba. Aquí están esas
consecuencias, mañana ningún despertador, ni ningún metro, ni ningún formulario y
por supuesto nada de esas eternas ocho horas. Nada.
Sentado en la acera de en frente del bar me despidió el golpe seco de la verja al cerrarse.
Mis pies comenzaron a caminar, los pasos uno a uno se alejaban de mí, y yo con ellos
me alejo de todo. La estación de autobuses me acoge al amanecer y la ultima imagen
de mis ojos cansados se desvanece tras el cristal del autobús.
Reconocía todo lo que había a mi alrededor, los distintos canales que me
rodeaban, los músicos, las tabernas, el agua de mil colores brillantes. Nada había
cambiado desde aquel día lejano en que llegue por primera vez aquí. Sumido en
forma de sombra paseaba entre aquellos en los que la felicidad reinaba. El olor a
aguardiente era inextinguible en cualquier lugar de las cavernas, pero a lo lejos un
aroma de odio eterno deambulaba por las callejuelas húmedas.
Fueron solo unos instantes, pero una sombra de Kir-hom avanzaba hacía un
viajante onírico. La sombra se abalanzaba ya sobre la pobre niña, iba a devorar todos
sus sueños y sus viajes oníricos en cuanto la cubriese con su manto de oscuridad...
...Nadie mas se movió, pero, ambas sombras desaparecieron.
Recuerdo abalanzarme dentro de la sombra y como ambos nos extinguimos de la
existencia.

CAPITULO II

CAPITULO II
Cuando abrí los ojos no pude hacer otra cosa que empezar a llorar en silencio mientras el chirrido
del despertador continuaba matándome. Solo pude sollozar un rato, mientras el odio hacía mi
mismo, hacía mi propia vida, me volvía tortuosamente triste. No me atrevo a pensar en el metro otra
vez, no pienso volver a soportarlo. Durante todo el día no me moví de la cama, pero el sueño ya
había escapado para siempre de entre mis manos. Poco a poco una sensación de asco hacía la vida
me obligaba a quedarme quieto, incluso esperé a que el hambre se olvidara de sí misma en mi
quietud impertérrita.
La luminosidad del día fue ascendiendo y creo que debían ser cerca de las tres, cuando sonó por
primera vez el teléfono, deje que siguiera sonando sin inmutarme tan si quiera al oír que mi jefe
dejaba un mensaje de voz(…”espero que mañana pueda explicar claramente las razones de su
ausencia hoy, asimismo, quiero hacerle saber que se le suspenderá el sueldo hasta que vuelva a la
oficina”…) continuaba durante dos minutos, excusando la actitud que tendrá en el futuro conmigo,
por una falta tan grave como no ir a trabajar. El sarcasmo se masticaba en mi almohada donde mis
pensamientos vagaban entre el asco, el vacío y la burla satírica hacia la vida de todos esos ataúdes
de la oficina, aun no lo llevan puesto pero ya se están pudriendo.
Las horas de la tarde fueron pasando lánguidamente acompañadas por el silencio de mi respiración.
De vez en cuando me giraba en la cama, o miraba hacía el reloj medio destrozado en el suelo, creo
que era aun el de ayer, porque no tenía pinta de haber sido el que me había despertado en este día.
Por extraño que pudiese parecer, me resultaba estar viviendo mucho más allí tirado en la cama sin
hacer nada, sin pensar en nada, sin sentir nada, que encerrado en los formularios repetitivos de cada
día.
El día empezaba a languidecer entre azules opacos de tonos grisáceos y mi cabeza comenzó poco a
poco a prever los minutos del día siguiente, y no era complicado hacerlo, pues con tan solo repetir
lo mismo que he hecho los últimos años, ya valdría para ser un día normal. Pero me chocaba la idea
de que mañana no podría hacer lo mismo de hoy, que tendría que volver a retomar la mentira de mi
existencia, tendría que volver a cargar con la seriedad de mis obligaciones, con la invulnerabilidad
de mi mirada tras la ventanilla. Eso me superaba, me consumía pensar en que mañana volvería a
olvidar a mi libertad entre las sabanas. Bajo el acopio de la poca voluntad que en mis sienes
quedaba llegué a la conclusión de que soportaría algún tiempo más este tormento, pero que voy a
huir de él. Me levanté de la cama y decidí escribirte la carta que aun nunca me había atrevido a
crear. Cuando era el momento tuve miedo en decidir por ti, antes de que por mí, y la sensación de
haber sucumbido bajo el error del miedo se había vuelto insufrible desde hacía ya algunos meses,
por eso debía odiarme por no atreverme a vivir.
Maitia:
Los vientos se han vuelto sucios despertares de los miedos de mi adolescencia, hace ya tanto que no
los siento como hermanos, que temo que hayan empezado a odiar a este nadie en que se convirtió su
hermano. Tu me entiendes y sé que sentirás el latir de mi aliento en las palabras que antecedan a los
besos. Las ilusiones poco a poco se van borrando de mi alma, como si la memoria las estuviera
agolpando en el olvido junto a todos aquellos recuerdos de tus brazos en los que llegábamos a sentir
el infinito eterno que se mece en cada instante, perdidos entre nuestras bocas. No te preocupes, Mía,
solo es un invierno mal empezado, apenas estamos llegando a septiembre y yo ya siento helar tu
recuerdo sobre mis sienes, como explicarte.
Te echo mucho de menos, pero, me siento demasiado alejado ya de tu sonrisa como para ir en tu
búsqueda, sabemos que nos encontraremos sino de nuevo en esta vida, en una próxima con otros
nombres y distintos deseos. Tu susurro es magia en mis oídos, magia de vida que hace al fuego latir
en mi pecho cuando te recuerdo.
He tomado una decisión esta tarde(hoy no fui a trabajar, me desperté llorando ante la insufrible
realidad de la muerte de mi sueño)voy a huir de esta vida, voy a escapar y sin miedo ni a mi orgullo
ni a lo que puedan pensar, todos esos ellos que me encadenan, viviré la vida como me dé en gana.
No sé si saltare el charco para empezar a volar por las argentinas, enfundando mis pies de nuevo
con el disfraz de camarero o sirviente de hotel, en verdad, los martirios de aquella profesión que
dominó mi juventud no se me hacen nada pesados ante la tortura de pensar que mañana vuelven las
ocho horas a diseccionar mi mente.
Bueno después de haberte vomitado lo que mi mente no podía soportar en soledad, dime, ¿Qué tal
estas? Seguro que muy feliz yendo de un sitio para otro con una sonrisa gigante en la mochila, para
regalar se la a cualquier gris tristón. Espero que continúes pintando esos arboles rojos que tanto me
ilusionaban, los recuerdo entre besos de tus labios y también recuerdo como me mirabas tumbada
en mi regazo mientras recordaba algún verso de esos que tanto te mereces. Sabes, te echo en falta.
Bueno ya se me ha vaciado el alma contando o enumerando los pensamientos que me daban dolor
de cabeza rebotando de un sitio a otro de mis sienes. Espero que seas muy feliz y nos veamos
pronto, también espero que recibas pronto esta carta, durante dos meses aun estaré en esta casa,
pero después ya no sé donde iré, supongo que seguiré escribiéndote incluso si encuentro un nuevo
hogar te mandare la dirección para que vengas a visitarme. No pienses que no quiero ir a verte pero
no puedo sufrir que me veas huérfano de sonrisa, no puedo pensar ni siquiera en que te pudieses
entristecer querida Mía.
Todos los muxutxus que quieras, y donde quieras esos besos, que ya lo decidiremos cuando nos
volvamos a ver, cuídate mucho y se muy mala.
Cuando terminé de escribir la carta, la doblé rápidamente antes de que se me ocurriera una segunda
lectura y la guardé en el bolsillo del pantalón, mañana cuando vaya a trabajar, porque mañana iré a
trabajar, comprare un sello y un sobre y te la mandare. La ilusión de haber hablado contigo, aunque
solo fuera dentro de mi cabeza, me dio ganas de levantarme y antes de que me diera cuenta, ya
estaba cocinando un buen puchero bajo la música rotunda de un viejo grupo de death metal.
Eran cerca de las ocho de la tarde cuando desayune un arroz con verduras y patatas. Una leve
sonrisa se medio asomaba en mi rostro pensando en el poco tiempo que debería soportar aquella
situación. Tampoco es que en quince días estuviese libre para mi propio albedrío, aun deberé
aguantar unos meses para poder pagar las deudas y ahorrar un poco, aunque sea para comprar un
billete de avión a cualquier parte. Cuando pensaba en cualquier lugar, lo hacía con un destino
bastante claro, me atraía demasiado las distintas regiones de Argentina como para desear huir a otro
lugar, realmente la duda era que Argentina deseaba visitar.
Empezó a sonar el teléfono y no dudé en cogerlo, la voz de Maite respondía al otro lado:
- Buenas Loco, ¿cómo estas?
- Bien, tranquilo en casita.- le respondí con un poco de vergüenza por contarle como había pasado
el día, me di cuenta que necesitaba verla y contárselo – Oye por que no te vienes y te preparo un
buen mate para hablar un ratillo, hay un par de cosas que quiero contarte.
- Joder que cariñoso estas últimamente, pues la verdad te llamaba por si te apetecía ver una película
esta noche, no hacen nada bueno, pero me apetece muchisimo unas palomitas y una coca-cola y
reírnos un rato. ¿Te hace?
- Claro vale, me ira bien salir de casa un rato.- note como una pregunta se le quedaba entre los
labios al despedirse.
Caminé tranquilamente hasta la casa de Maite, la noche arreciaba fría e implacable sus vientos
contra mi cara, pero, una extraña expresión pasiva los recibía con un leve brillo bajo los cristales de
las gafas. Dejaba que mi pelo se arremolinara a designios de los vientos, enfundado en mi gabardina
de ante grisáceo, debía tener un aspecto poco amigable, a los ojos de los desconocidos. Ante el
cristal de la puerta de su casa escuché el rápido taconeo de sus pasos, entre saltitos y resbalones
metódicamente controlados por las escaleras, la puerta se abrió de golpe con una energía
desmesurada y con el aliento medio perdido apareció Maite medio escondida por un pañuelo árabe
muy fino al cuello y con un vestido largo de tonos otoñales. Sus ojos resplandecían y los tonos de
su rostro acompasaban con toda su indumentaria como si se tratara del sueño de algún pintor
Romanticista. Mi sangre se enervó ante su aparición y le di un fuerte abrazo, que al alargar lo un
poco con sus caricias, termino convirtiéndose en un beso. Luego su clásica mirada(“sabes que no,
vale si, pero no”) y mi risa reprobando sus barreras, noté como en el silencio empezaba un discurso,
pero me equivoque sonrió con extrañeza y me dio un beso rápido y seco, como vengativo o quizás
sarcástico, pero, eso ya no era el beso, era una respuesta y una negativa que se colmaba con un
silencio y un principio de paseo hacía ningún sitio. Al cabo de unas cuantas calles en mitad de aquel
apacible silencio, nos plantamos ante la cartelera de un colosal templo del cine, no recuerdo
cuantos, pero habían mas de cincuenta carteles distintos de películas que empezaban en quince
minutos, dije:
- Joder no va a haber tiempo para decidirse, ¿han hecho la tercera parte de eso…?
…Déjalo no sé porque te traigo a estos sitios, siempre te comportas como un niño y resulta muy
patético en un hombre de mas de treinta que aparenta casi la cuarentena.- Ni si quiera me miro
mientras se decía a si misma ese discurso, que yo quería convertir en batalla.
- Vamos a ver Maitexu no es culpa mía que sean tan retorcidos ni que tengan un gusto tan
repetitivo, es verdad no sé porque me dejo traer aquí.- mi voz había tomado un tono mucho más
serio del que debía y aquello no paso desapercibido por la entrenada mirada de Maite.
- Vale, hasta aquí José, solo quería un cucurucho gigante de palomitas y que nos riéramos un rato,
no puedes dejar estar tus mundos ni siquiera por mí, por una vez.- sus ojos ya no brillaban igual que
antes cuando la carrera y la escalera la habían lanzado contra mis brazos.
- Perdona Maite, elige la película que te apetezca ver, me vuelvo muy sibarita cuando me sacan a
pasear.
Entramos a ver una comedía acerca de la muerte, me parece que la producción era Noruega o Belga,
pero, realmente mereció la pena. Simplemente una película divertida en la que mueren de forma
natural algunos de los personajes, entre ellos la protagonista que había hecho el testamento cuando
le detectaron un cáncer terminal en los pulmones. Con veintitrés años escribió que con toda su
fortuna(heredera de familia noble húngara) debían despilfarrarla como quisieran. Maitexu me dio
un fuerte beso a mitad de la película cuando un par de lagrimas le huían por las mejillas(“no puedo
imaginarte muerto, aun te necesito”) fue un débil susurro, que me hizo mirarla con una ternura
innata.
Al acabar la película, yo estaba muy serio y al salir del macrocine acompañado por la muchedumbre
me encendí un cigarro en silencio y empecé a escuchar su clásica disección de la película. A parte
de escucharla, miraba hacía mi alrededor y me sentía brutalmente sucio, el polvo del rebaño debía
estar cegando mis ojos, todas esas frases también llegara el día en que poblen mis fauces. Empece a
agobiarme, ya no escuchaba a Maite, se había callado, pero, ¿desde cuando? Bajé los ojos con una
actitud expectativa y vi sus ojos mirándome preocupados (“ pequeño ¿ qué te pasa? Pareces
asustado, miras a tu alrededor como si estuvieras rodeado de seres abominables, ven”) y me abrazo
frotándome fuerte la espalda(“ es que creo que estoy rodeado de seres abominables, excepto por
ti”). Pasó el tiempo, bastante rápido en este abrazo, cuando nos separamos el cine ya estaba cerrado
y la aglomeración de alrededor había desaparecido. Mire a Maite y vi como en sus ojos aparecía una
idea, me cogió fuerte del brazo y pegando un silbido muy, muy agudo, paró a un taxi. De repente
estaba de camino a algún sitio y Maitexu estaba al lado muy emocionada hablándome del garito al
que íbamos. Una especie de sala de cine marginal y muy oscura, donde dentro de la sala el dueño ha
montado una barra de un bar y ha cambiado las viejas butacas por mesas con sillones viejos, pero
muy cómodos(“tiene una serie de películas que te van a encantar Joxi, no sé cuál estará poniendo
ahora, pero siempre son impresionantes, te encantara ese sitio pequeño, ya veras”)
Unas escaleras de maderas un poco carcomidas que crujían al apoyar las suelas de los zapatos, era
la humilde entrada de un mundo paralelo. Una pequeña sala no más grande que el comedor de un
restaurante aparecía iluminada por candelabros, sobre las distintas mesas que adornaban la sala. A
la entrada había un señor mayor sentado cobrando la entrada. Había que pagar cinco euros para
entrar, pero el precio incluía una copa gratis, con lo cual era casi como una invitación a beber más
que un diezmo por ver una vieja película. Me quedé boquiabierto al ver la sensual decoración de la
sala, las mesas tocadas por rosas negras bien secadas estaban cubiertas por manteles de colores.
Cuando llegamos no había ninguna película, entre pase y pase había un descanso de cerca de media
hora(“hemos llegado justo a tiempo, no me digas que no te encanta este garito Joxi”) solo pude
afirmar con la cabeza mientras buscaba un buen sillón en el que apoltronarme a ver cualquier
maravilla del séptimo arte. Una chica de mediana edad, que recuerdo creí que debía ser la hija del
dueño, nos preguntó que queríamos beber con una dulzura matriarcal encantadora. Recuerdo que le
pregunté acerca de que película iba a poner(“aun no lo sé, hay un hombre que desea ver el coloso en
llamas, pero a mí me apetecía algo un poco mas movido, ¿ tenéis alguna preferencia? Si es mejor
que la de aquel hombre os la pongo”) sorprendido ante las palabras de aquella mujer le dije que me
apetecía muchisimo ver el padrino, pero las tres, con una carcajada asintió mientras alargaba el
chorro de whisky en mi copa(“muy bien voy a anunciar el principio de una serie de películas sobre
la mafia”). Nos sentamos muy felices en una mesa cerca de la barra, Maite vio a un amigo suyo,
recuerdo que pensé en aquel desconocido besando la piel desnuda de Maitexu, y se fue corriendo
hacía su mesa para charlar un rato, me molestó el hecho de que aun no le había podido contar lo que
me había sucedido y lo que había decidido, aunque caí en la cuenta de que no corría prisa, a parte
era una decisión que me hacía mucha ilusión explicar se la en una situación cómoda. Las luces se
habían apagado y Maitexu aun no había vuelto a la mesa, de repente una sombra se sentó a mi lado
y reconocí enseguida la voz de la camarera:
- No le molestara a tu amiga que me siente con vosotros, ¿verdad? Es muy aburrido ver estas
películas desde detrás de la barra, además no suele levantarse nadie durante las películas, se
considera de mala educación aquí.
- Tranquila, además me da la sensación de que no va a volver hasta dentro de bastante y es un
placer poder tener tu compañía bajo el aroma de las rosas secas, ¿Cómo te llamas?.- le respondí sin
miedo a mal interpretaciones.
- Me llamo Carmen, encantada. Trabajó aquí desde que el viejo notó que le hacía falta algo de
ayuda. Como estaba alquilada en un piso suyo me preguntó si pudiese ayudarle y llegamos a un
acuerdo
- Pensé que era tu padre, bueno yo me llamo José Francisco.
 Los violines del principio del Padrino acallaron nuestras voces y nos encontramos imbuidos en el
principio del siglo veinte norteamericano. Mientras la historia iba avanzando y sucediéndose las
muertes, nos fuimos acercando poco a poco, al principio con la excusa del humo de la María que
compartíamos, y después sin buscar excusas en el roce de nuestras manos, para terminar abrazados
en el mismo sillón, (“me apetece mucho sentarme encima de ti”)(“no te preocupes, será un placer”)
fueron tan solo un par de débiles susurros los que apuñalaron a la soledad de dos almas. Los brazos
serpenteaban en busca del fruto prohibido que la piel encierra cuando al erizar se, suspira el cuerpo
entero en mitad de un instante eléctrico que recorre toda el alma, y no pensaba, eso era lo más bello.
Ya mi conciencia descansaba, por fin, dejando batallar al instinto, entre las sombras de saberse
animal. El silencio se acercaba con los tonos del amanecer ahuyentando los gemires y atrayendo los
pesares. Aun no se habían despertado los cláxones bajo el semáforo, y hundidos en el humo de la
victoria extirpada de batalla nos quedamos desnudos sentados al lado del otro mirando como la
magia moría a lomos de la podredumbre, a lomos de la realidad.
Mi rostro debía mostrar algo muy intimo que no me permitía pensar que ni siquiera existiera, pero,
ella lo notó(“ ¿qué te pasa? Parece que te este explotando el alma, tu mirada se acaba de vaciar, no
se de que, pero de todo eso”) la mire frío, inhumanizado, y una mezcla entre rabia y lastima, me
hicieron escapar de aquel abrazo, sin razones, sin explicaciones, en verdad casi sin palabras, ahora
lo pienso y me siento mas imbécil que de costumbre, en el ascensor bajando en silencio a su lado,
sin mirarla. Algo esta muriendo en mi corazón, y no me atrevo ni a mirar como se consume ante mi
hastío destructor. Jamas es casualidad que la morada de tan grotescas sensaciones sea este atestado
metro, donde como incautos nos comportamos los seres humanos cuales borregos en silencio hacia
el. Y a pesar de ello, seguimos alegrándonos al ver brillar el hacha en cada instante de nuestra
espera. No somos más que vanidosos animales de costumbres.
Sé cerro la puerta tras de mí y odiáblemente de nuevo los teléfonos acompañaban la sonata de
teclados sobre una baja conversación de la multitud de anónimos que poblaban la sala de espera.
Quizás alguno de aquellos despertase, de ese velo que nos cubre la vida con realidades como la
burocracia, y entrase en cólera al desperdiciar su vida entre aquellas garitas inútiles y carentes de
sentido. Quizás algún homínido de los presentes, al llegar su turno recitase algún poema absurdo e
insultante a la ventanilla 23. Quizás algún sabio apagase el luminoso con las listas de turnos,
sumiendo así en el caós de la añorada verdulería a aquel bastión del vacío. Cada vez que lo pensaba,
me sentía más cercano a ser yo aquel Algún Homínido Sabio.
Pero, no lo fui, me hundí en mi sillón y conecte la pantalla, me comporte exactamente como debía y
aquello empezaba a dolerme cada vez más. Intente pensar en aquella idea de huir y la veía tan
tremendamente lejana del próximo minuto, que me hundí en el deber de la obligación. La policía de
la sociedad me había encarcelado hacía ya tiempo y escapar de las esposas del trabajo iba a ser un
largo camino, en el que quizás acostumbre a mi ser, a vivir fuera de la morfina del consumismo. En
esos instantes, a veces llega la bendición de que ser realista es insoportablemente triste, por lo tanto
solo cabe la determinación de imaginar cosas lejanas, como la felicidad. Ya no me duele dejarme
llevar por mi tristeza, debo estar madurando demasiado.
La noche ya ha caído, y los recuerdos de la jornada, de la bronca del encargado local, de la
discusión eterna con una pobre señora que estaba siendo engañada por el estado, los recuerdos de
todo aquello me resbalan, huyen por fin de mi lado y los colores han vuelto a brillar y las formas
cambian ante mis sentidos. Soy fuerte y grande, noto un cosquilleo, forma pura de la energía,
recorrer centímetro a centímetro toda la llanura de mi piel y he vuelto a ser un universo sin paredes,
ni morales, tan solo paz y libre albedrío para mi imaginación que se alza extasiada ante la inhibida
conciencia. Soy éxtasis en la esencia ínfima que tan solo con el vacío de una mirada se puede
explicar, y las preocupaciones, las vanas causas motoras de mi futuro, se deshilachan ante la
grandiosidad del mundo que he ingerido. Me hundo en el mar de mis sabanas y dejándome llevar
por las olas de mi descanso reencuentro la isla, la cordura, la felicidad de estar vivo.
No entendía porque, pero aquellas paredes me daban respeto, tan altas, y pulidas, no reconocía que
tipo de cristal era, pero en él se veían sombras andar por nuestro lado, cuando estábamos
completamente solos. Un gran ventanal esférico iluminaba de lleno la estancia y por él se veía la
gran colina donde acaba la escalinata desde La Ciudad. Un hombre se acercaba hacía ella, mientras
yo miraba, y me sorprendió mucho ver la cantidad de objetos que llevaba encima parecía que fuera
a escalar una gran montaña. En silencio me miraban mi guía y una mujer mayor que tenía el cuerpo
lleno de enredaderas y su piel color de ciprés joven y florido.
Hay que estar muy preparado para bajar a La Ciudad, no es tarea fácil salir de aquí, pequeño. En
verdad es la manera de comprobar que ya estas preparado para habitar La Ciudad, que ya conoces tu
esencia y sabes controlarla bajo tu instinto y tu naturaleza.- Su voz sonaba grave pero susurrante,
era pausada y al escucharla tu mente recapacitaba instantáneamente a sus palabras.
-Te quedaras aquí Llophalath, si me acompañaras seguramente terminarías siendo una carga o un
enemigo. Cuando hayas comprendido elige tu mismo tus propios compañeros y tus propios
enemigos, que no sean mis prejuicios los que marquen tu sendero.- mi guía se marchaba y mientras
recitaba esas palabras fue tornando su cuerpo en forma de bestia y se lanzo de cabeza hacía el vacío
que rodeaba al Laberinto Alado.
El sol brillaba con magnificente fuerza sobre el valle de eterno verdor en donde se encontraba la
escuela del árbol y en ella, se encontraban seres de mil naturalezas distintas, yo por ejemplo era el
único en donde se mezclaba la comprensión de los licántropos con la naturaleza salvaje de las
alimañas nocturnas. Encontré quien me hablara de mis rasgos, era un joven serpéntido. El color
verdoso y la textura escamosa decoraban su piel, en sus ojos se encontraba el vacío del brillo de la
oscuridad, y a pesar de todo lo que conocía a cerca de las leyendas sobre la maldad de los
serpéntidos, no encontré razón para dudar de sus palabras. Sonaba tan suave su voz y era tan
acertado aquello que me contaba acerca de mis sentimientos, que sentí como poco a poco me
adormecía.

Sobre Diario de abordo (segunda parte)

Bueno, viendo que alguien (gracies jazz) esta leyendo diario de abordo vamos a continuarlo. Por cierto el uso de paréntesis seguido de corchete, que habréis visto que aparece de vez en cuando en la novela, es una transliteración literal de la conversación o del pensamiento. Es una manera que tengo de evitar los tediosos diálogos, pido disculpas si a alguien le dificulta la lectura pero me gusta mucho ese nuevo recurso.
Hablando un poco sobre la novela, supongo que el cuerpo argumentativo de ella es la conciencia del individuo ya veremos más adelante como se ahonda un poco más en la filosofía aunque sea desde el facil recurso de los sueños. Sobre los sueños también quiero hacer un pequeño hincapié. Desde pequeño creo que la conciencia humana (como especie) esta interconectada y que existe una realidad inmaterial (o material en sentido neuronal eléctrico-químico) a la que todos los seres conscientes pertenecemos. Esta realidad la llamo en la novela La Ciudad. La Ciudad es la realidad virtual donde se materializan todos los pensamientos subconscientes e inconscientes, por lo tanto, a pesar de no estar sujeta a leyes físicas tiene unos limites bien definidos. Es decir, en los sueños no puede existir nada que no sea real, y a pesar de que esa realidad no sea físicamente conceptuable o lo sea simplemente como el valor de una descarga eléctrica neuronal, es real y nos influye como individuos. Esta teoría intrínseca de los sueños argumenta la existencia de La Ciudad y su interrelación con la vigilia.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Sobre diario de abordo

Primera entrega de mi primer intento de novela. Digamos que fue desechada, la trama es un poco abstracta y esta muy cargada de recursos obvios como los sueños y esas cosas, pero a mi me gustó mucho escribir la. Así que aunque nunca vaya a ir muy lejos, os la dejo aquí para que la leáis.

diario de abordo

0.
Los vagones destartalados estaban parados en el
primer anden. Aun deben faltar unos diez o quince
minutos y no había más de cinco personas en el
segundo vagón, es normal ¿quién viajaría un domingo
a esas horas hasta Valencia parando en todas las
estaciones? La agonía del pesar de los párpados se
volvía instante tras instante más pacifica y
sobrellevable. A quien se le ocurriría viajar a estas
horas un domingo y encima después un metro y luego
al piso. Ese piso frío inundado de recuerdos tuyos que
me faltaron por vivir, tu no lo entenderías quizás, pero
fuimos tanto y tan poco tras la retina de esas ventanas.
Eso es lo que en verdad me aterra de estos vagones
tibios, el glaciar al que me llevan es lo que tortura mi
mente.
Los minutos pasaban y como casi siempre seguían
retrasando la salida. Las hojas de los fanzine y
periódicos voltean al aire pasando pagina a pagina
como del que de respirar se trata. Hojear y hojear las
mugrientas fotos del dominical, otra gran nota en la
sinfonía de sonrisas del día sagrado¿ quien lo pasaría
en un tren?
Les tengo que contar el jueves a los chicos esto, a
pesar de que en casa haya dicho que este fin de
semana no bajo. Tengo que contarles como mi sábado
de juerga hasta el amanecer termino en un tren hacia
valencia, sobre todo a Diego, con el que discutí lo
inviable de estar hoy en este tren. ¿Quien me
mandaría a mí estar tan borrachamente seguro de ir,
de venir? Por fin la campana que anuncia los trenes
sonó irrumpiendo en el silencio de Sus hojas
ondeando al viento. No mas que un pequeño vacío en
la bolsa que guarda la ilusión, era un tren distinto el
que anunciaban la salida, uno más caro y más rápido.
Apenas se llenaba el vagón y todos los pasajeros
preguntaban uno a uno el destino del tren; ¿A donde
va este tren? Siempre se me ocurre la solución de
hablar con el conductor y aconsejarle amablemente
que vaya hacia Guipúzcoa, pero una cuestión tan
corriente como cambiar la dirección de un tren se
vuelve complicado cuando te echan en una parada
fantasma por desorden publico. Que extraño ¿ quien
les habrá pedido que ordenaran al publico, acaso no
podríamos ponernos como nos diese la real gana? La
ilusión de viajar hacia Barcelona y acabar en granada
siendo acogido por sus gentes felices ante la aparición
de un nuevo desordenado. Todos empezaríamos a
sentir el calor de nuestros vecinos en lugar de repetir
monotematicamente la misma dirección.
El tren rápido y caro chirría brutamente al detener
su fastuosa magnanimidad blanca y reluciente ante las
escaleras estropeadas de la derecha del anden.
-¿este tren va a valencia? Un anónimo acentuando
la es con su mirada sucia y burda, uno más y empiezo
a gritarle sarcasmos entredienteados. Por supuesto una
vez más oír de nuevo la frase de destino y
salida(mientras esperamos en este pútrido domingo)
del tren rápido, caro y reluciente.
El sueño cubrió más de medio viaje, cuando la
presencia de una placa y unas esposas me despertó, la
mirada del dueño de la ley se clavo en mis ojos
deseando oír una razón para echarme a mí también,
como al chiquillo que echaban ordenados por el
revisor del tren. Tras el echo, la disercion o mejor
dicho la disección de lo dado. Se sucedían los
argumentos suponiendo que el chico era un
drogadicto, alguna momia, nos hacia participes de las
claras marcas de la demacracion, (“era una lastima,
cada vez hay más”), la lastima era ver tanto rebaño
monopensante a mí alrededor. Del miedo al
desconocido pasaron a las risas y a la lastima, eran un
autentico gabinete de sabios imaginando el pasado y
juzgando su futuro. Era extraño pero me sentía más
unido a aquel con quien no hable, que aquellos que
me hacían participe de su feliz seguridad. No recuerdo
mi comentario a sus sandeces, pero si recuerdo sus
ojos al mirarme como si yo también fuera un malvado
destructor de su paz. Parecía como si masticasen con
placer las palabras y los juicios que emitían. Eran el
corrillo perfecto de simios como aquellos tres que
tenían que subir una escalera en contra de un chorro
de agua a por el plátano. En cualquier televisión se
hubiera comprado este guión para una serie. Por fin oí
la oración más inteligente del viaje desde un lateral
del vagón que extrañamente se encontraba abarrotado:
- ¿Un domingo en tren? No eso no. No debía tener
más de nueve años, era lógico que fuera de boca de un
niño.
La gran nube de barrios y chillidos se acercaba.
Sin duda era el hábitat perfecto para ese piso tan tuyo
que parecía veneno para lo mío.
El recuerdo de un extraño sueño agudizaba las
voces odiosas rasgando el silencio de mi mente. Al
intentar recordar los colores de aquellos sonidos
extraños que aparecían por mi sueño, una imagen
dulcemente grotesca me invadió y mientras mi
ensimismamiento me envolvía en un rápido recuerdo,
la maquina grisácea que me amamantaba continuaba
girando a mí alrededor con la pulcra exactitud de la
inevitable avalancha.
El alrededor contenía una paleta de colores que
ilusionaba al infante de nuestro pecho. Arrancando
entre mejillas una sonrisa ingenua. La vida se
respiraba en cada esquina donde animales o humanos
descansaban o paseaban sin prisas, con un extraño
amor al instante. Las conversaciones se trenzaban con
las canciones lejanas aguitarradas en balcones de vieja
copla andaluza.
Un empujón me despertó y al mirar de nuevo con
mis ojos a la maquina, lamenté con todas mis fuerzas
que mi consciencia no hubiera muerto sumida en el
regazo de aquel sueño. La realidad era tétricamente
falsa en comparación a aquel mundo por el que había
vagado mi mente.
Y retomar de nuevo el camino insulso, repetitivo,
vacío, como a una vulgar nada se asemejaba mi vida,
que no necesitaba de mi consciencia para continuar
viva. Tan solo la repetición hasta el hastío de mis
propios actos pasados valdría para que todo
continuara yendo como siempre.
A la mañana siguiente caí en la cuenta de que algo
no funcionaba, el pitido estruendoso y abominable del
despertador hizo que me volviera a odiar. ¿Como
había sido capaz de caer en esta pútrida mentira? La
respiración empezó a alterarse dentro de mi pecho, mi
mente tan solo pensaba en controlar el mal despertar
de lunes. Pero a diferencia de otras veces en que la
rabia había sido más dulce con mi pobre destino, una
idea desde el silencio de la inconsciencia empezó a
crecer en el centro de mi pecho haciéndome jadear de
miedo. Caí en el pavor al pensar en ese metro, y en las
lánguidas ocho horas, no las de hoy si no las eternas
ocho horas de siempre, de todos los días desde hace
demasiado tiempo y para demasiado tiempo. Me había
enjaulado y la llave corroída por el paso del tiempo
descansaba entre telarañas tras el abismo de mi ego y
de mi orgullo.
Lloré, pataleé e incluso rompí el despertador
contra la pared después de varios intentos, pero nada
había cambiado, el mundo seguía allí fuera y en su
regazo se escondían las maquinas de tortura que día a
día estaban arrancándome de entre las manos las
ilusiones, los sueños, en definitiva, la vida.
Antes de ticar el billete mensual, paré como tantas
veces a por otro despertador, el mismo modelo, el
único que lograba arrancarme con su estruendo de los
paraísos de mi descanso. El tendero, acostumbrado a
este ritual, con una sonrisa me dedicaba unos buenos
días que en mi mente sonaban retorcidos. Durante
todo el viaje en el metro e incluso en el trabajo, mis
palabras fueron escuetas y vacías, en ellas no se
encontraban ningún sentimiento. Era normal, no los
había ese día en mi pecho, pero, a pesar de todo lo que
se pudiera pensar, no deseaba morir, mas bien todo lo
contrario, deseo vivir. Pero vivir de verdad, no este
sucedáneo de morfina en el que todos los martirios
son aceptables por ese inalcanzable mañana que
profieren sus promesas de felicidad e hipocresías. Al
fin y al cabo no eran más que unos sarnosos buitres
pudriéndose en su propia carroña, y yo allá,
alimentando con mi sangre sus montañas putrefactas.
¿que sentimiento podía salir de mi voz? Ninguno,
absolutamente ninguno.
Por mis manos no pasaban escándalos, ni era una
de esas piedras sobre las que rota la maquinaria del
engaño, pero pertenezco a ella. Soy un burócrata, un
funcionario, un nadie, la ventanilla numero 27, los
formularios de comercio al por menor interprovincial,
solo soy una función social, solo soy una función
social, solo soy un vacío social. Necesitaba el
contacto humano, mascar algo de realidad, decidí
volver a llamar a Maite.
- Coño, eres la ultima persona que esperaba a estas
horas, ¿ que quieres? ¿Ya no estas hasta los cojones
de mis comentarios?- Su voz claramente molesta por
el tiempo fue la primera gota de paz que topaban mis
oídos en todo el día.
- Vamos Maitexu ya sabes que tengo muy mal
carácter, además últimamente me encuentro
demasiado vacío como para que me molesten tus
impertinencias, ¿haces algo esta noche?
- Supongo que tomarme una cerveza contigo, te
recojo a las nueve por la oficina.
- Perfecto Maite. Oye muchas gracias, sé que soy
una persona complicada, ¿ vale pequeña?
- No te preocupes estúpido, ya te conozco.- El
colgar del teléfono sonó como una losa tras la caricia
de su voz.
Miré a mí alrededor y el pulcro silencio
burocrático volvió a calar mi alma de esa sensación,
ya tan repetitiva, de estar viviendo entre ataúdes.
De nuevo sin novedades repasaba mi cabeza
mientras la lluvia se divertía chocando sobre mis
gafas. Maite siempre se vengaba llegando
abusívamente tarde, esa noche no fue una excepción.
Desde dos semáforos mas allá una música dura y
potente se acercó para que el chirriar de las ruedas de
su coche me indicara que era la hora de escapar.
Subí rápido al coche y una sonrisa socarrona, de
ya lo sé pero me importa un carajo haber llegado una
hora tarde, me recibió con dos besos y mil palabras
rápidas a modo de excusa irónica. Mientras la
escuchaba sin poder evitar sonreír, imaginaba como
momentos antes repasaba los poemas de algún viejo
libro, dejando pasar los minutos mientras escuchaba la
lluvia arreciar contra el suelo con violenta fuerza.
Parecía como si el miedo de la mañana hubiera
terminado de desvanecerse tras el primer trago de
cerveza en la barra del Tapia. Me sentía
tremendamente cariñoso con aquella vieja amiga, que
a pesar de todo los todos insoportables que me había
aguantado, seguía rescatándome de la nada que me
hacía agonizar ahogado por sus huesudas rutinas.
Necesitaba huir, se lo conté, la mañana, el día ese
ayer tan lejano y patético entre el jurado de simios a
lomos del destartalado tren. Con una mirada
compasiva, deslizó sus dedos entre mi pelo, mientras
me decía que tuviese cuidado(“niño te estas matando
a ti mismo, por no aceptar que te equivocaste de vida,
tienes que hacer algo, ten mucho cuidado, cualquier
día te encuentras intentando apuñalarte entre sollozos,
o cambias de vida o busca ayuda”), me entro una risa
orgullosa y eso le molesto de sobremanera. Nunca he
aceptado bien los consejos, aunque sabía que no
andaba muy lejos del acierto, me resultaba inaceptable
cualquiera de las dos soluciones que me daba(“venga
no exageres pequeña, sé cuidarme, estoy pasando una
mala época, ¿no hay ninguna crisis a los treinta y
dos?, Lo que deberías hacer es venirte alguna noche a
dormir, como antes, y echarme las cartas. Mi
problema es que me estoy encerrando demasiado en
mi mismo y en soledad soy insoportable”) esa fue una
de las pocas veces esa noche que Maite me dio la
razón, si, ella también pensaba que en soledad yo era
insoportable, lo cual era una razón muy buena para no
venirse a dormir. Aparte de que las cosas ya no están
como antes, siempre olvido que el antes con el tiempo
cambia.
Entre canciones tan viejas que ya solo cuatro las
cantábamos nos reímos un buen rato, e incluso
conseguí olvidar por completo, todas las tonterías que
dejo que me atormenten. El alcohol y los sucedáneos
tratados con justa medida, siempre soportan las caídas
mas duras, me sentía lleno y feliz el tiempo justo,
como para que cuando las luces se encendieran, dando
el toque de queda para los borrachos me sintiera
aliviado de irme a dormir. Recuerdo mirar el reloj y
maldecirme por haber alargado hasta las cuatro la
cerveza, pero ya era irremediable. Me encontraba
hablando con unos antiguos compañeros de batalla
cuando militaba en la universidad, de repente un
abrazo por la espalda y un beso en el cuello me
rescato de las frivolidades que estábamos discutiendo.
- Príncipe nocturno, yo me voy ya para casa si
quieres te acerco, sino quédate a rescatar el mundo
con la reunión de sabios que bajo la bendición del
alcohol se ha dado hoy entre estas paredes.- Maite iba
completamente borracha, y su voz, se transformaba
bajo la grandilocuencia de su desorbitada
imaginación.
- Claro que si dueña de mis reinos sagrados, parto
yo mismo con vos entre los brazos, hacía el póstumo
descanso de este sueño.- en mis venas tampoco faltaba
la iluminación de Baco.
Me acercó a casa y dejándome en el portal, rehusó
de nuevo la invitación para dormir(“como me metiese
ahora en tu cama, volveríamos a tener problemas
mañana por la mañana y lo sabes, así que más vale
que lo dejemos para otro día cuando esté en plenitud
nuestra moralidad”) con una sonrisa sarcástica hacía
sus miedos comencé a subir las escaleras. Un aliento
de terror me erizó la espalda al encontrarme ante la
puerta de mi piso, y el silencio volvió a vaciar mis
sentimientos, al aparecer tras el portazo. Puse música
lo suficientemente fuerte como para no dormir,
necesitaba descansar un poco antes de dejar que se
esfumara el día y sabía que mañana me odiaría de
nuevo, pero, a pesar de ello, necesitaba disfrutar unos
minutos más. Bajo la compañía de mis discusiones
deshice y lié el tabaco ornamentándolo del aroma
relajante del hachís y me deje derivar por recuerdos e
imaginaciones que me hacían revivir sucesos no
acontecidos en la historia. Me gustaba pensar en que
mi vida pudiese ser la de un druida que la dedicó a
caminar en búsqueda arcana, perdida por su prematura
muerte. Con un lamento transformado en mueca me
dormí profundamente.
Desperté del asombro ante la metamorfosis de
aquellas bestias aladas, y empezamos a correr hacía
las escaleras. Bajamos al sótano y acto seguido hasta
la bodega, una sombra a cuatro patas daba saltos de un
lugar a otro, buscando el modo de huir, yo la seguía
sin dudar, el afecto fraternal que en mi pecho latía
hacía eso no me hizo dudar en seguirlo por la
oscuridad de los pasadizos subterráneos de la casa.
Mis ojos entre la espesura de la oscuridad distinguían
una vibración de colores que era la energía de la
bestia. Al cabo de un largo rato de recorrer pasadizos
para mí sin sentido, una bocanada de luz apareció al
final de una pendiente desvencijada. La bestia empezó
a olisquear, mientras yo sentía que me contaba que era
necesario(“aun no es el momento de que os conozcáis,
debemos huir muy lejos y hay que asegurarse de que
no nos siguen, ellos no pueden sentirnos”). Al salir a
la luz corrimos veloces hacía un acantilado, donde la
ciudad acababa sobre los rugidos del mar sangriento.
Yo seguía a la bestia sin comprender hacía donde nos
dirigíamos e incluso le intente avisar antes de que
saltara(“ahí se acaba la Ciudad”) pero mientras estas
palabras salían de mi boca, me encontraba ya saltando
hacía el vacío.
Cuando el aliento empezó a relajarse entre mis
labios, abrí los ojos y mire a mi alrededor. Recuerdo
claramente la sonrisa de un hombre muy viejo que
tenía todo su cuerpo cubierto de pelo, debía sonreír
por mi cara absorta e incrédula. Me encontraba al lado
de lo que había sido la bestia, en medio de un canal
muy ancho pero de muy poco cauce, mire al cielo y
tope con el techo de la caverna, completamente
pintado de mil colores azulados y verdosos, que se
iban tiñendo suavemente de un negro luminoso por
donde correteaban unas inquietas venas amarillas.
Cuando volví a mirar, toda la imagen del techo había
cambiado. Donde el canal terminaba aparecían
montones de pequeñas tabernas iluminadas por miles
de tinajas que despedían rayos de colores, de esas
tinajas venía el espectáculo del techo. La música
brotaba de muchas maneras de entre todas las
tabernas, y los músicos de extraños tamaños bailaban
por las paredes, por los techos y las calles, e incluso
alguno en mitad de un agudo solo, conseguía que sus
pies levitasen del suelo y volteaba por los aires como
una peonza. Era tan bella la visión de mi alrededor
que no pude esperar ni un instante en querer ir a la
orilla a bailar con los estrambóticos músicos. Con una
mirada reprobatoria mi bestia-guía me dijo:
- Hemos venido hasta las cavernas de la Ciudad
para poder huir de Kir-hom y llevarte a la Escuela, no
creas que voy a dejar que te emborraches y llames la
atención de los desconocidos. Nos embarcaremos
hacía alguna salida cercana del Laberinto Alado,
estaremos media hora por aquí, así que haz el favor de
no llamar la atención.
Mi pecho estaba lleno de emoción, ante la idea de
poder pasear por ese cuadro vivo, pero una extraña
vibración puntiaguda empezó a herirme y caí al suelo
perdiendo el sentido.