martes, 30 de marzo de 2010

CAPITULO II(final del capitulo)

Paredes de colores grisáceos rodeaban mi estancia, el aire olía extrañamente
envenenado y no recordaba nada de lo que me rodeaba, mis nervios se dispararon,
salté del camastro en el que me encontraba y caí al suelo con la respiración
entrecortada y en mitad de un ataque de pánico volví a perder el conocimiento. En
mitad de la nada levité entre una sucesión de sonidos(“ten cuidado ahí fuera, que no
carcoman tu esencia”).
Desperté de golpe, de nuevo en mi habitación. Recordaba pequeñas imágenes del
miedo irracional que sentí cuando desperté por primera vez. No podía ser un sueño,
me encontraba en el suelo con un fuerte dolor en la cabeza, realmente cuando
desperté me sentía como aquel ser con el que sueño tanto últimamente. No había
despertado como José Francisco Altamira Saez, sino como un ser mitológico,
mezcolanza entre lobos y alimañas extrañas que no conozco. Cuando empezó a sonar
el despertador, yo estaba ya en la cocina, pero no pude evitar correr rabioso hasta él
para estampar lo contra la pared, el silencio reapareció y aun tenia algo de tiempo
antes de irme(“ mi economía sé esta yendo a la mierda con tanto despertador, aunque
por lo menos eso que me ahorro en un psicólogo”) la idea de acercarme a un
psicólogo siempre me había asqueado, aunque me prometiese año tras año que
cuando lo necesitase sería lo suficientemente maduro como para aceptarlo.
Tres calles mas atrás de mi conversación conmigo mismo, me quede parado, ante
el baile de ademanes que dominaba la acera de enfrente mía.
Una mujer, mas una chiquilla que otra cosa, se deshacía en ademanes ante un
viejo rojo, tremendamente rojo, como si la ofensa insoportable hubiese sido proferida
y se remitiese en una explosión de la sangre. Eso fue bastante para cubrir un día más,
durante todas las palabras injertadas en mi ordenador, recordaba su mirada nocturna a
un paso de sonámbula que me había regalado la casualidad. No, la causalidad.
Bajo la noche, la lagrima negruzca recorría lentamente con su paso humeante el
papel de plata donde reposaba. Bajo la calma y el silencio de mis ideas, una débil
sonrisa despreocupada decoraba mi rostro mientras un repiqueteo liquido sonaba
contra los cristales de las ventanas.
La lluvia besaba su cara allá en la terraza, donde tranquilamente pasaron las horas
hasta que el frío se hizo insufrible. Aun así por un instante se sintió niño, recordó
como se sentía aquella sonrisa y todas las débiles locuras que lo atormentaban desde
hace ya años atrás, desaparecieron por una noche.
La absenta me vuelve a rasgar la garganta, y en el fondo del estomago aun se siente
una pequeña alegría, como si un gran peso hubiera dejado al estomago tranquilo.
Repaso el día tranquilamente, y las imágenes se me suceden una a una; la luz del
mediodía chirriando en mis párpados, el teléfono sonando a lo lejos, la voz lenta y
gris del director de departamento(“ya no hace falta que vuelvas a venir a la oficina,
no nos hacen falta becarios tan enfermizos o tan vagos”). La almohada recogiendo de
nuevo la cabeza que acomodada y tranquila no puede hacer mas que suspirar de
alegría al digerir la buena nueva. Y de nuevo la absenta comienza su camino a través
de la garganta hasta lo mas hondo de este estomago lleno de nervios y
despreocupaciones. En verdad han sido unas causalidades muy graciosas, el
despertador de ayer aun debe estar destrozado en el suelo de la habitación, pero no
llegue a comprar ninguno nuevo por pasear tranquilo hasta el trabajo. La lagrima de
opio al llegar a casa relajó todas las preocupaciones y el baño de lluvia en mitad del
éxtasis preparó las consecuencias que mi subconsciente deseaba. Aquí están esas
consecuencias, mañana ningún despertador, ni ningún metro, ni ningún formulario y
por supuesto nada de esas eternas ocho horas. Nada.
Sentado en la acera de en frente del bar me despidió el golpe seco de la verja al cerrarse.
Mis pies comenzaron a caminar, los pasos uno a uno se alejaban de mí, y yo con ellos
me alejo de todo. La estación de autobuses me acoge al amanecer y la ultima imagen
de mis ojos cansados se desvanece tras el cristal del autobús.
Reconocía todo lo que había a mi alrededor, los distintos canales que me
rodeaban, los músicos, las tabernas, el agua de mil colores brillantes. Nada había
cambiado desde aquel día lejano en que llegue por primera vez aquí. Sumido en
forma de sombra paseaba entre aquellos en los que la felicidad reinaba. El olor a
aguardiente era inextinguible en cualquier lugar de las cavernas, pero a lo lejos un
aroma de odio eterno deambulaba por las callejuelas húmedas.
Fueron solo unos instantes, pero una sombra de Kir-hom avanzaba hacía un
viajante onírico. La sombra se abalanzaba ya sobre la pobre niña, iba a devorar todos
sus sueños y sus viajes oníricos en cuanto la cubriese con su manto de oscuridad...
...Nadie mas se movió, pero, ambas sombras desaparecieron.
Recuerdo abalanzarme dentro de la sombra y como ambos nos extinguimos de la
existencia.

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