El hierro frío de la noche golpeaba las esqueléticas costillas que asomaban bajo
montañas de periódicos viejos. Alejado de esquinas más pobladas, entre las basuras
de la biblioteca, las manos raquíticas devoraban hoja a hoja un viejo manuscrito
escrito en castellano castizo de cuando aun parecía latín. Pobre pero no estúpido, con
el frío desvelándolo a cada instante, se dedicó a rebuscar entre los montones donde
parapetaba su hogar. ¿Que búsqueda no contiene un tesoro?¿Que tesoro no esta maldito?
Hace ya cerca de treinta años que llegue a las costas soleadas del sur del reino de
Castilla, la decrepitud de estas tierras, la ignorancia de estas gentes parecían creadas
por mis deseos de pasar inadvertido.
Huí temeroso de la venganza de mi ancestro al no cumplir con sus deseos y el viento
me regalo este paraíso para cazar a mis anchas. La idea de que mis perseguidores
sintieran mi rastro a pesar de la distancia me hizo pensar noches enteras, mientras mis
hechizos me acercaban día tras día a la corona castellana.
Al fin sucedió que conseguí mi propio feudo, mi aspecto no recordaba en ningún
rasgo a quien yo soy, pero no era suficiente defensa contra mis enemigos. Fue la
historia de esta gente temerosa de la ira de Dios, la que me ayudo a trazar mi plan.
Mis cacerías nocturnas eran peligrosas, pero cada vez que aparecía un cadáver
mutilado el miedo electrificaba toda la región. Y siempre decían lo mismo, brujas,
demonios, ellos eran los culpables. Desde entonces cada vez que sentía el menor
deseo de comer carne, un pequeño espectáculo de fuegos fatuos, o un ghoul-sirviente
haciéndose pasar por el demonio-mayordomo de alguna bruja, y ya solo tenía que
señalar a quien me deseaba comer. La caza de brujas y endemoniados( aunque la
carne femenina siempre me supo mejor) lleno mis despensas o salas de tortura noche
tras noche.
Mis enemigos atemorizados de las noticias que recibían de la santa inquisición
mantuvieron sus colmillos lejos de mi comarca, ni siquiera los ancestros atrevieron se
a mandar emisarios. En las salas de tortura creé nuevos súbditos de aquellos que se
atrevían a admitirme como Dios, de aquellos que no renunciaban a automutilarse por
mi bendición.
Apenas ha pasado un cuarto de siglo y ya tengo un rebaño más grande que un pais, ya
nada debo temer.
Los ojos temerosos repasaban el manuscrito, las manos temblorosas no acertaban a
moverse con sentido, los pies empezaron a correr hacía ningún sitio. Finalmente la
comisaría de policía parecía el lugar más acertado para abandonar ese manuscrito,
quizás en algún lugar de las sombras aun exista aquel espíritu malvado que dio vida a
la inquisición.
Las ideas se golpeaban hasta desaparecer dentro de su cabeza mientras el policía de
turno leía minuciosamente. El surco de los labios del policía se agrando esbozando
una tétrica sonrisa:
- Gracias, hacía tiempo que El Señor buscaba su antiguo diario.
montañas de periódicos viejos. Alejado de esquinas más pobladas, entre las basuras
de la biblioteca, las manos raquíticas devoraban hoja a hoja un viejo manuscrito
escrito en castellano castizo de cuando aun parecía latín. Pobre pero no estúpido, con
el frío desvelándolo a cada instante, se dedicó a rebuscar entre los montones donde
parapetaba su hogar. ¿Que búsqueda no contiene un tesoro?¿Que tesoro no esta maldito?
Hace ya cerca de treinta años que llegue a las costas soleadas del sur del reino de
Castilla, la decrepitud de estas tierras, la ignorancia de estas gentes parecían creadas
por mis deseos de pasar inadvertido.
Huí temeroso de la venganza de mi ancestro al no cumplir con sus deseos y el viento
me regalo este paraíso para cazar a mis anchas. La idea de que mis perseguidores
sintieran mi rastro a pesar de la distancia me hizo pensar noches enteras, mientras mis
hechizos me acercaban día tras día a la corona castellana.
Al fin sucedió que conseguí mi propio feudo, mi aspecto no recordaba en ningún
rasgo a quien yo soy, pero no era suficiente defensa contra mis enemigos. Fue la
historia de esta gente temerosa de la ira de Dios, la que me ayudo a trazar mi plan.
Mis cacerías nocturnas eran peligrosas, pero cada vez que aparecía un cadáver
mutilado el miedo electrificaba toda la región. Y siempre decían lo mismo, brujas,
demonios, ellos eran los culpables. Desde entonces cada vez que sentía el menor
deseo de comer carne, un pequeño espectáculo de fuegos fatuos, o un ghoul-sirviente
haciéndose pasar por el demonio-mayordomo de alguna bruja, y ya solo tenía que
señalar a quien me deseaba comer. La caza de brujas y endemoniados( aunque la
carne femenina siempre me supo mejor) lleno mis despensas o salas de tortura noche
tras noche.
Mis enemigos atemorizados de las noticias que recibían de la santa inquisición
mantuvieron sus colmillos lejos de mi comarca, ni siquiera los ancestros atrevieron se
a mandar emisarios. En las salas de tortura creé nuevos súbditos de aquellos que se
atrevían a admitirme como Dios, de aquellos que no renunciaban a automutilarse por
mi bendición.
Apenas ha pasado un cuarto de siglo y ya tengo un rebaño más grande que un pais, ya
nada debo temer.
Los ojos temerosos repasaban el manuscrito, las manos temblorosas no acertaban a
moverse con sentido, los pies empezaron a correr hacía ningún sitio. Finalmente la
comisaría de policía parecía el lugar más acertado para abandonar ese manuscrito,
quizás en algún lugar de las sombras aun exista aquel espíritu malvado que dio vida a
la inquisición.
Las ideas se golpeaban hasta desaparecer dentro de su cabeza mientras el policía de
turno leía minuciosamente. El surco de los labios del policía se agrando esbozando
una tétrica sonrisa:
- Gracias, hacía tiempo que El Señor buscaba su antiguo diario.