viernes, 19 de febrero de 2010

El antiguo diario

El hierro frío de la noche golpeaba las esqueléticas costillas que asomaban bajo
montañas de periódicos viejos. Alejado de esquinas más pobladas, entre las basuras
de la biblioteca, las manos raquíticas devoraban hoja a hoja un viejo manuscrito
escrito en castellano castizo de cuando aun parecía latín. Pobre pero no estúpido, con
el frío desvelándolo a cada instante, se dedicó a rebuscar entre los montones donde
parapetaba su hogar. ¿Que búsqueda no contiene un tesoro?¿Que tesoro no esta maldito?
Hace ya cerca de treinta años que llegue a las costas soleadas del sur del reino de
Castilla, la decrepitud de estas tierras, la ignorancia de estas gentes parecían creadas
por mis deseos de pasar inadvertido.
Huí temeroso de la venganza de mi ancestro al no cumplir con sus deseos y el viento
me regalo este paraíso para cazar a mis anchas. La idea de que mis perseguidores
sintieran mi rastro a pesar de la distancia me hizo pensar noches enteras, mientras mis
hechizos me acercaban día tras día a la corona castellana.
Al fin sucedió que conseguí mi propio feudo, mi aspecto no recordaba en ningún
rasgo a quien yo soy, pero no era suficiente defensa contra mis enemigos. Fue la
historia de esta gente temerosa de la ira de Dios, la que me ayudo a trazar mi plan.
Mis cacerías nocturnas eran peligrosas, pero cada vez que aparecía un cadáver
mutilado el miedo electrificaba toda la región. Y siempre decían lo mismo, brujas,
demonios, ellos eran los culpables. Desde entonces cada vez que sentía el menor
deseo de comer carne, un pequeño espectáculo de fuegos fatuos, o un ghoul-sirviente
haciéndose pasar por el demonio-mayordomo de alguna bruja, y ya solo tenía que
señalar a quien me deseaba comer. La caza de brujas y endemoniados( aunque la
carne femenina siempre me supo mejor) lleno mis despensas o salas de tortura noche
tras noche.
Mis enemigos atemorizados de las noticias que recibían de la santa inquisición
mantuvieron sus colmillos lejos de mi comarca, ni siquiera los ancestros atrevieron se
a mandar emisarios. En las salas de tortura creé nuevos súbditos de aquellos que se
atrevían a admitirme como Dios, de aquellos que no renunciaban a automutilarse por
mi bendición.
Apenas ha pasado un cuarto de siglo y ya tengo un rebaño más grande que un pais, ya
nada debo temer.
Los ojos temerosos repasaban el manuscrito, las manos temblorosas no acertaban a
moverse con sentido, los pies empezaron a correr hacía ningún sitio. Finalmente la
comisaría de policía parecía el lugar más acertado para abandonar ese manuscrito,
quizás en algún lugar de las sombras aun exista aquel espíritu malvado que dio vida a
la inquisición.
Las ideas se golpeaban hasta desaparecer dentro de su cabeza mientras el policía de
turno leía minuciosamente. El surco de los labios del policía se agrando esbozando
una tétrica sonrisa:
- Gracias, hacía tiempo que El Señor buscaba su antiguo diario.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Desolación por H.R. Lara

(- Inspirado en "El Horror de Dunwich", H.P. Lovecraft - )
El ruido incesante proveniente de aquellas infernales aves lo hizo estremecer. La noche se cerraba
perpetua sobre el abismo que había escogido como escondite, y un viento gélido plagado de aromas
extraños perturbaba su mente. Aún aturdido por los últimos y terribles acontecimientos que habían
trastornado para siempre su tranquilidad, intentó cerrar los ojos y descansar mientras le fuera
posible, quizás así podría ordenar sus ideas y recobrar fuerzas para enfrentar el incierto futuro que
se desplegaba ante él. Pero estaba aterrado. Era apenas un niño de escasos años, y se encontraba
sólo, perdido en un mundo que no le pertenecía. Aunque intentaba por todos sus medios
controlarse, el miedo lo invadía y lo sumergía en un laberinto de pesadillas y horror. Nunca en su
vida había sentido tanta desolación.
A pesar del frío imperante que lo atravesaba por completo, el cansancio provocado por la confusión
de las últimas horas no tardó en vencerlo. Por fortuna, dentro de su terrible situación, el mundo
onírico en el que siempre se había refugiado no lo abandonó, y no obstante el miedo y la angustia
que sentía, sus sueños estuvieron plagados de alegría y recuerdos familiares. Su madre, la del
blanco cabello, junto a él, sonriéndole; su hermano mellizo, su gran compañero, hablándole hasta el
amanecer de insondables secretos y un futuro portentoso; su abuelo, un hombre duro y tosco, que
sin embargo se empeñó toda su vida en entregarle a él y a su hermano, ese antiguo conocimiento
que les permitiría un día imponerse ante el mundo. El olor inconfundible de su hogar infantil
inundaba todas las visiones en aquella irrealidad de proyecciones mentales y recuerdos felices. Sin
duda no hubiera querido despertar jamás de aquel idílico refugio inexistente, pero los ruidos de esas
espantosas aves que chillaban sobre él, terminaron por arrebatarle el último instante de paz al que
infructuosamente se aferraba.
A pesar de que aquellos pájaros emitían unos graznidos horrorosos, gracias a su fino oído pudo, sin
embargo, distinguir un sonido que congeló su alma: eran pasos. Pero aquellos pasos no eran
terribles en sí, pues se trataba solamente de pisadas de hombres que avanzaban cerca de la colina.
Fue "aquel presentimiento", un instinto heredado de lo incomprensible, lo que le alertó sobre el
peligro que esto significaba en ese instante, en su situación. Como pudo se desplazó hacia la boca
de la abertura que conectaba su profundo escondite con las verdes laderas de la colina; una vez allí,
sólo pensó en huir y buscar auxilio.
Aquellos hombres aún se encontraban a una distancia importante de él. Rápidamente subió a la
cima de la colina, hacia la antigua piedra donde, según le había dicho su abuelo, podría recibir toda
la ayuda necesaria, si alguna vez se encontraba en peligro.
Pero los hombres representaban una amenaza para él, y ya subían por la pendiente de la colina,
avanzando a pasos agigantados. El nerviosismo impedía que pudiera concentrarse en pedir socorro,
y constantemente debía dirigir sus miradas hacia la ladera, por donde el horror ascendía implacable.
Los hombres finalmente lo alcanzaron. Eran tres, y avanzaban con cierto temor y a tientas hacia
donde estaba él. Sin entender muy bien cómo, sabía que ellos habían ido a matarlo.
A pesar de ser un niño aún, logro vencer todos sus temores, y con infantil desatino, arremetió contra
ellos, enfrentándolos. Al notar su presencia, uno de los hombres lanzó algo extraño contra el
barroso y resbaladizo suelo; esa cosa, al contacto con el suelo, explotó y se diseminó por todo el
entorno. Fue infernal. Instantáneamente una nube polvorienta y urticante lo envolvió, atrapándolo
en una abominable pesadilla espanto. Apenas era capaz de tolerar el dolor que aquel maldito polvo
le provocaba en su delicada piel. Sólo quiso salir de ahí, huir. Ni siquiera era consciente de que
hasta ese momento, él había sido invisible a los ojos de sus victimarios.
Su sufrimiento, sin embargo, parecía haber enardecido a sus despiadados atacantes, quienes al verlo
por fin, y sin darle tregua, comenzaron a recitar una salmodia incesante de palabras que laceraban
su ser. Sentía que las fuerzas lo abandonaban por completo, que se derrumbaba sobre sí mismo,
sucumbiendo ante esa danza de horrores abismales y blasfemos que atormentaban su alma. Los
asesinos parecían gozar de su tortura.
El cielo de pronto se oscureció; un vórtice de viento denso y oscuro comenzó a abrirse sobre él,
mientras los tres hombres, alzando los brazos, continuaban aquel derroche de palabras incesantes y
recurrentes, una y otra vez, con sádico desdén. A cada momento sus voces se elevaban más, más
alto, con más fuerza, ya casi gritaban, sin dejar de repetir esas demoníacas frases que lo quemaban
vivo.
El cielo tomó un color tenebroso, a veces negro, a veces violeta. Un relámpago que salió desde el
vórtice espectral que se cernía sobre el lugar, hizo que las bandadas de esas malditas aves
reventaran en gritos y aullidos demoníacos.
Mientras él intentaba recobrarse de la criminal embestida de los hombres, un nuevo relámpago, aún
más impresionante que el otro, se dejó caer sobre la piedra que le había servido de esperanza por
algunos instantes, y un vapor brumoso y fétido invadió toda la cima del pequeño monte.
Desesperado y asustado, abrió la boca y dejó escapar un escalofriante grito de miedo y dolor.
Sus verdugos, no obstante lo pavoroso de la situación, no detuvieron sus cánticos y conjuros
tenebrosos. Con aun más fuerzas que antes repetían su insana salmodia, y agitaban los brazos con
renovado e infernal frenesí. No se detuvieron ni siquiera cuando el terror se instaló en sus rostros al
escuchar unas abominables palabras, provenientes de una indescriptible voz, que retumbó como un
trueno en medio de aquel vórtice de las tinieblas.
Él, sin embargo, ya no tenía fuerzas para resistir más. Si. Aquellos criminales finalmente
triunfarían, y sin importar si era un niño aún, sus cortos años serían mutilados y esparcidos por
aquella verde colina, la misma que tanto había amado su familia. Familia, qué lejos sonaba todo
aquello ahora. Años atrás su madre había fallecido, jamás supo como. Luego su abuelo… ¿Y dónde
había ido su hermano, su gran compañero? Salió un día, y no regresó jamás. Pero ya nunca lo
sabría. Ahora la vida se le iba, en manos de esos hombres, sus asesinos, sin que ya nadie pudiera
hacer algo por salvarle. Elevó sus ojos hacia las violáceas tinieblas que emergían desde aquel
extraño vórtice, y con un último aliento de vida, lanzó un último y desesperado grito de auxilio,
apenas instantes antes de que su infantil existencia se perdiera tras un estallido de caos abismal:
"Eh-ya-ya-ya-yahaah-e'yayayayaaaa... ngh'aaaaa... ngh'aa h'yuh...
¡SOCORRO! ¡SOCORRO!... pp-pp-pp-¡PADRE! ¡PADRE! ¡YOG-SOTHOTH!"
***

H.R. Lara
Llamamos horrores a todas aquellas cosas que consideramos bestiales, sólo por obedecer a su
propia naturaleza, una naturaleza que no comprendemos ni alcanzamos a vislumbrar. ¿Son acaso
culpables de seguir sus propias leyes?

domingo, 14 de febrero de 2010

Gusano de viento (poema)

Quien diría que un gusano tuviese historia,
quien podría pensar que los vientos
alzarían su canto para recordarlo,
pero en los silencios 
de las noches mas luminosas 
se oye tal que asi.

Velados hace ya mucho
Descansan sobre la yerba sus ojos.
La belleza femenina escapa
ante la atenta mirada del asolado.
De entre los olores que a la vida acompañan
No se encuentra el hedor
Del nacimiento de los gusanos.
Recorren las larvas, los músculos
Rígidos y amoratados
Por la sangre emponzoñada,
Alimentándose al caminar.
Pasa el día y la piel blanquecina
No es mas que harapo apolillado,
Mientras, bajo el manto desdeñoso
Que los hombres ya no desean ver,
Van engordando lentamente
Los afanosos obreros que agujerean
Aquellos joviales pulmones
Donde aliento no reina.
De sus labios, huyeron ya los recuerdos
Antes de que los carroñeros
Dieran les póstumo beso.
Fue ante sus ojos
Donde la mano del tiempo cedió,
Oido de voz humana
seguro sería exageración,
pero fue un gusano hambriento
el que ceso su paso. Admirado,
sintió el calor de la conciencia
traspasar todas sus celulas.
Todos miraron interesados,
ningún gusano calló sus burlas
extrañados por ver le alejarse de ese edén.
Nacer y morir sin cambiar de lugar
es paraíso ambiguo o cárcel perpetua.
Las contorsiones de su cuerpo
no llegaron demasiado lejos,
incluso algun gusano
que permanecia aun girado
vio como un negro cuervo
engullía en un suspiro
al buscador echo gusano.
Todos sobre el cuerpo putrefacto
reian y se jactaban
de aquel tonto que era pasto
del batir azabache que se alzaba.
Escondidos bajo la piel
todos engordaron y murieron
sin conocer jamas volar.
Cuando el cuervo engullo al gusano
la suerte fue caprichosa,
atragantado y escondido
repto hasta el cerebro
y en la descarga de una idea
tomó control del cuervo.
Y voló lejos y alto,
descendío y comió como un pajaro,
pero una idea
continuaba latiendo
desde la lejana mirada de la muerta.

Al paso del tiempo
acompaña ya la noche al viejo.
Aun lamenta la perdida
sentado ante un piano
dejando entrar al frio por la ventana.
El viento con los recuerdos
trae un compañero negro y alado
que repiquetea en el piano,
emulando una vieja sonata
que la muerta en vida siempre tocaba.
La luz vuelve a los ojos de un anciano
y el latir joven repiquea de nuevo
en el corazón quejumbroso.

Y así silban los vientos,
como un gusano voló
y aprendió a tocar el piano

sábado, 13 de febrero de 2010

112

Tres horas después el archivo aun no se había descargado. 
La tarjeta de memoria iba lenta,daba errores y bloqueaba el ordenador que revolucionaba su procesador.
Al fin pasaron las imágenes que completaban la historia y con una
nueva memoria portátil cargada y libre de virus bajó a la calle, la vieja recibió
sepultura junto los restos de la cena.

La bicicleta corría entre los coches atascados de semáforo en semáforo. La
gran manada de monstruos humeantes esperaba atascada a arrancar su
abotargada marcha lentamente. Entre sus huecos, los radios de las finas ruedas
reflejaban el sol en los espejos retrovisores que la perdían de vista fugázmente.
A mitad camino de la redacción, la cola de la copistería guarda en silencio
sus pensamientos. Repasa frase por frase la historia. Sus ojos acompañan a cada
hoja en su salida de la impresora y una tímida sonrisa decora su mirada al ver
por primera vez en tinta y papel a su hija.

Tres con ochenta y el cambio golpetea las llaves en el holgado bolsillo del
pantalón.
En la calle una vez más saca las llaves del pitón y acompaña al giro de la
muñeca una extraña mueca. Quita el candado de la rueda delantera y descubre
un nuevo candado enganchado al cuadro de la bicicleta.
La mirada recorre todos los puntos entre las llaves y la bici, repasa la calle
buscando otra bici idéntica. No la encuentra y la estupidez se siente latente al
apretar su único candado, abierto, entre las manos.
El otro candado, nuevo, fuerte y poco usado continua aferrando la bici a la
farola. Una gota de sudor se desliza por su mejilla mientras en su cabeza las
ideas desaparecen dando paso a un fornido silencio inhóspito y descorazonado
que se siente estúpido al pensar.
Y la lluvia comienza a caer desde el cielo, la ciudad se inunda en un
ambiente asceta que prescinde de todo lo innecesario. Los monstruos
humeantes pasan llameantes ante la mirada humedecida. Los pasos alrededor
amainan y el gentío desaparece. El aire comienza a tomar ese aspecto casi
visible y ese aroma hediondo que clava arcadas entre las costillas.
Las manos forcejean con el candado desconocido mientras la ropa comienza
a gotear sin disimulo sobre la calle. Al final la solución obvia, como siempre.
Intentaba hacer palanca con su candado sobre el ajeno, cuando unos gritos
lejanos lo arrancaron de su soledad. Tres sombras a la carrera se acercaban.
Apenas quince minutos después su nariz sangraba y sus rodillas se clavaban
en el suelo, el dueño del candado extraño llegó con dos policías, gritando:
- Ladrón, mi bici.
Los policías no dudaron en inmovilizar al dueño de la bicicleta, mientras
este balbuceaba alguna explicación. El ladrón huía con la bici, mientras los
policías respondían con golpes a los gritos rabiosos de quien había sido
engañado. En el suelo las hojas y los archivos informáticos se balanceaban
sobre el agua de un charco, inertes, vacías, ilegibles. Las lagrimas y la lluvia se
mezclan en el regreso, da rabia que la maldad gratuita ajena pueda resultar tan
cara. Una débil sonrisa asoma en él fondo del rostro gris, le tranquiliza pensar
lo mucho que falla el freno de detrás.

jueves, 11 de febrero de 2010

OLOR A TARDE DE VERANO

Caía la tarde y el olor a chamusquina inundaba toda la sala, mientras, los recuerdos
deambulaban tras las miradas cansadas de sus familiares al rellenar los formularios de
la prisión testificando la muerte del hijo.
Ya quedó muy atrás en el tiempo el bautizo en la catedral de Saint George, y los
paseos en el cochecito por el parque. Charles era un bebe rollizo alimentado en cuna
pudiente, fuertecito a ojos de su madre. Los informes medicos hasta su mayoría de
edad fueron inmejorables, fue creciendo saludablemente con todas las necesidades
cubiertas.
A la edad de cuatro años, vaciando a cucharazos una natilla más grande que sus
manos a George le ilumina la iridiscencia del televisor. A George le acompaña la
soledad del televisor. A George le cría la necedad del televisor. Una mano acaricia su
cabeza saliendo a través de docenas de bolsas(“¿Que tal estas cariño?")el sonido de
una voz insípida y semidesconocida desaparece tras un instante de vació.
Día a día la vida se desliza entre los instantes y George no sale de su rutina, hace vida
en la escuela, pero en casa al silencio y a la soledad solo los vence el televisor. Así
año tras año va pasando, sus padres jamas tienen queja de él. Tranquilo y apacible se
pasa las tardes en el salón o en su cuarto sin molestar ni importunar la ajetreada vida
de sus progenitores.
Nadie entendió como o porque un día sus manos dejaron un rastro de sangre entre las
calles de su urbanización, tras diecisiete muertes a cuchillo fue detenido. Sentado
ante tanta gente que no conocía su cuerpo se electrifico durante unos instantes. La
imagen se difundía por las retinas desconocidas que miraban perplejas. Los diarios y
los psiquiatras explicaron largos cuentos para dormir a sus padres y a sus vecinos.
Seguramente, bajo la pantalla apagada del televisor de charles, una lagrima por la
soledad y una sonrisa por la victoria chisporrotean allá donde la razón madura no
consigue mirar.