Caía la tarde y el olor a chamusquina inundaba toda la sala, mientras, los recuerdos
deambulaban tras las miradas cansadas de sus familiares al rellenar los formularios de
la prisión testificando la muerte del hijo.
Ya quedó muy atrás en el tiempo el bautizo en la catedral de Saint George, y los
paseos en el cochecito por el parque. Charles era un bebe rollizo alimentado en cuna
pudiente, fuertecito a ojos de su madre. Los informes medicos hasta su mayoría de
edad fueron inmejorables, fue creciendo saludablemente con todas las necesidades
cubiertas.
A la edad de cuatro años, vaciando a cucharazos una natilla más grande que sus
manos a George le ilumina la iridiscencia del televisor. A George le acompaña la
soledad del televisor. A George le cría la necedad del televisor. Una mano acaricia su
cabeza saliendo a través de docenas de bolsas(“¿Que tal estas cariño?")el sonido de
una voz insípida y semidesconocida desaparece tras un instante de vació.
Día a día la vida se desliza entre los instantes y George no sale de su rutina, hace vida
en la escuela, pero en casa al silencio y a la soledad solo los vence el televisor. Así
año tras año va pasando, sus padres jamas tienen queja de él. Tranquilo y apacible se
pasa las tardes en el salón o en su cuarto sin molestar ni importunar la ajetreada vida
de sus progenitores.
Nadie entendió como o porque un día sus manos dejaron un rastro de sangre entre las
calles de su urbanización, tras diecisiete muertes a cuchillo fue detenido. Sentado
ante tanta gente que no conocía su cuerpo se electrifico durante unos instantes. La
imagen se difundía por las retinas desconocidas que miraban perplejas. Los diarios y
los psiquiatras explicaron largos cuentos para dormir a sus padres y a sus vecinos.
Seguramente, bajo la pantalla apagada del televisor de charles, una lagrima por la
soledad y una sonrisa por la victoria chisporrotean allá donde la razón madura no
consigue mirar.
jueves, 11 de febrero de 2010
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