martes, 30 de marzo de 2010

CAPITULO II

CAPITULO II
Cuando abrí los ojos no pude hacer otra cosa que empezar a llorar en silencio mientras el chirrido
del despertador continuaba matándome. Solo pude sollozar un rato, mientras el odio hacía mi
mismo, hacía mi propia vida, me volvía tortuosamente triste. No me atrevo a pensar en el metro otra
vez, no pienso volver a soportarlo. Durante todo el día no me moví de la cama, pero el sueño ya
había escapado para siempre de entre mis manos. Poco a poco una sensación de asco hacía la vida
me obligaba a quedarme quieto, incluso esperé a que el hambre se olvidara de sí misma en mi
quietud impertérrita.
La luminosidad del día fue ascendiendo y creo que debían ser cerca de las tres, cuando sonó por
primera vez el teléfono, deje que siguiera sonando sin inmutarme tan si quiera al oír que mi jefe
dejaba un mensaje de voz(…”espero que mañana pueda explicar claramente las razones de su
ausencia hoy, asimismo, quiero hacerle saber que se le suspenderá el sueldo hasta que vuelva a la
oficina”…) continuaba durante dos minutos, excusando la actitud que tendrá en el futuro conmigo,
por una falta tan grave como no ir a trabajar. El sarcasmo se masticaba en mi almohada donde mis
pensamientos vagaban entre el asco, el vacío y la burla satírica hacia la vida de todos esos ataúdes
de la oficina, aun no lo llevan puesto pero ya se están pudriendo.
Las horas de la tarde fueron pasando lánguidamente acompañadas por el silencio de mi respiración.
De vez en cuando me giraba en la cama, o miraba hacía el reloj medio destrozado en el suelo, creo
que era aun el de ayer, porque no tenía pinta de haber sido el que me había despertado en este día.
Por extraño que pudiese parecer, me resultaba estar viviendo mucho más allí tirado en la cama sin
hacer nada, sin pensar en nada, sin sentir nada, que encerrado en los formularios repetitivos de cada
día.
El día empezaba a languidecer entre azules opacos de tonos grisáceos y mi cabeza comenzó poco a
poco a prever los minutos del día siguiente, y no era complicado hacerlo, pues con tan solo repetir
lo mismo que he hecho los últimos años, ya valdría para ser un día normal. Pero me chocaba la idea
de que mañana no podría hacer lo mismo de hoy, que tendría que volver a retomar la mentira de mi
existencia, tendría que volver a cargar con la seriedad de mis obligaciones, con la invulnerabilidad
de mi mirada tras la ventanilla. Eso me superaba, me consumía pensar en que mañana volvería a
olvidar a mi libertad entre las sabanas. Bajo el acopio de la poca voluntad que en mis sienes
quedaba llegué a la conclusión de que soportaría algún tiempo más este tormento, pero que voy a
huir de él. Me levanté de la cama y decidí escribirte la carta que aun nunca me había atrevido a
crear. Cuando era el momento tuve miedo en decidir por ti, antes de que por mí, y la sensación de
haber sucumbido bajo el error del miedo se había vuelto insufrible desde hacía ya algunos meses,
por eso debía odiarme por no atreverme a vivir.
Maitia:
Los vientos se han vuelto sucios despertares de los miedos de mi adolescencia, hace ya tanto que no
los siento como hermanos, que temo que hayan empezado a odiar a este nadie en que se convirtió su
hermano. Tu me entiendes y sé que sentirás el latir de mi aliento en las palabras que antecedan a los
besos. Las ilusiones poco a poco se van borrando de mi alma, como si la memoria las estuviera
agolpando en el olvido junto a todos aquellos recuerdos de tus brazos en los que llegábamos a sentir
el infinito eterno que se mece en cada instante, perdidos entre nuestras bocas. No te preocupes, Mía,
solo es un invierno mal empezado, apenas estamos llegando a septiembre y yo ya siento helar tu
recuerdo sobre mis sienes, como explicarte.
Te echo mucho de menos, pero, me siento demasiado alejado ya de tu sonrisa como para ir en tu
búsqueda, sabemos que nos encontraremos sino de nuevo en esta vida, en una próxima con otros
nombres y distintos deseos. Tu susurro es magia en mis oídos, magia de vida que hace al fuego latir
en mi pecho cuando te recuerdo.
He tomado una decisión esta tarde(hoy no fui a trabajar, me desperté llorando ante la insufrible
realidad de la muerte de mi sueño)voy a huir de esta vida, voy a escapar y sin miedo ni a mi orgullo
ni a lo que puedan pensar, todos esos ellos que me encadenan, viviré la vida como me dé en gana.
No sé si saltare el charco para empezar a volar por las argentinas, enfundando mis pies de nuevo
con el disfraz de camarero o sirviente de hotel, en verdad, los martirios de aquella profesión que
dominó mi juventud no se me hacen nada pesados ante la tortura de pensar que mañana vuelven las
ocho horas a diseccionar mi mente.
Bueno después de haberte vomitado lo que mi mente no podía soportar en soledad, dime, ¿Qué tal
estas? Seguro que muy feliz yendo de un sitio para otro con una sonrisa gigante en la mochila, para
regalar se la a cualquier gris tristón. Espero que continúes pintando esos arboles rojos que tanto me
ilusionaban, los recuerdo entre besos de tus labios y también recuerdo como me mirabas tumbada
en mi regazo mientras recordaba algún verso de esos que tanto te mereces. Sabes, te echo en falta.
Bueno ya se me ha vaciado el alma contando o enumerando los pensamientos que me daban dolor
de cabeza rebotando de un sitio a otro de mis sienes. Espero que seas muy feliz y nos veamos
pronto, también espero que recibas pronto esta carta, durante dos meses aun estaré en esta casa,
pero después ya no sé donde iré, supongo que seguiré escribiéndote incluso si encuentro un nuevo
hogar te mandare la dirección para que vengas a visitarme. No pienses que no quiero ir a verte pero
no puedo sufrir que me veas huérfano de sonrisa, no puedo pensar ni siquiera en que te pudieses
entristecer querida Mía.
Todos los muxutxus que quieras, y donde quieras esos besos, que ya lo decidiremos cuando nos
volvamos a ver, cuídate mucho y se muy mala.
Cuando terminé de escribir la carta, la doblé rápidamente antes de que se me ocurriera una segunda
lectura y la guardé en el bolsillo del pantalón, mañana cuando vaya a trabajar, porque mañana iré a
trabajar, comprare un sello y un sobre y te la mandare. La ilusión de haber hablado contigo, aunque
solo fuera dentro de mi cabeza, me dio ganas de levantarme y antes de que me diera cuenta, ya
estaba cocinando un buen puchero bajo la música rotunda de un viejo grupo de death metal.
Eran cerca de las ocho de la tarde cuando desayune un arroz con verduras y patatas. Una leve
sonrisa se medio asomaba en mi rostro pensando en el poco tiempo que debería soportar aquella
situación. Tampoco es que en quince días estuviese libre para mi propio albedrío, aun deberé
aguantar unos meses para poder pagar las deudas y ahorrar un poco, aunque sea para comprar un
billete de avión a cualquier parte. Cuando pensaba en cualquier lugar, lo hacía con un destino
bastante claro, me atraía demasiado las distintas regiones de Argentina como para desear huir a otro
lugar, realmente la duda era que Argentina deseaba visitar.
Empezó a sonar el teléfono y no dudé en cogerlo, la voz de Maite respondía al otro lado:
- Buenas Loco, ¿cómo estas?
- Bien, tranquilo en casita.- le respondí con un poco de vergüenza por contarle como había pasado
el día, me di cuenta que necesitaba verla y contárselo – Oye por que no te vienes y te preparo un
buen mate para hablar un ratillo, hay un par de cosas que quiero contarte.
- Joder que cariñoso estas últimamente, pues la verdad te llamaba por si te apetecía ver una película
esta noche, no hacen nada bueno, pero me apetece muchisimo unas palomitas y una coca-cola y
reírnos un rato. ¿Te hace?
- Claro vale, me ira bien salir de casa un rato.- note como una pregunta se le quedaba entre los
labios al despedirse.
Caminé tranquilamente hasta la casa de Maite, la noche arreciaba fría e implacable sus vientos
contra mi cara, pero, una extraña expresión pasiva los recibía con un leve brillo bajo los cristales de
las gafas. Dejaba que mi pelo se arremolinara a designios de los vientos, enfundado en mi gabardina
de ante grisáceo, debía tener un aspecto poco amigable, a los ojos de los desconocidos. Ante el
cristal de la puerta de su casa escuché el rápido taconeo de sus pasos, entre saltitos y resbalones
metódicamente controlados por las escaleras, la puerta se abrió de golpe con una energía
desmesurada y con el aliento medio perdido apareció Maite medio escondida por un pañuelo árabe
muy fino al cuello y con un vestido largo de tonos otoñales. Sus ojos resplandecían y los tonos de
su rostro acompasaban con toda su indumentaria como si se tratara del sueño de algún pintor
Romanticista. Mi sangre se enervó ante su aparición y le di un fuerte abrazo, que al alargar lo un
poco con sus caricias, termino convirtiéndose en un beso. Luego su clásica mirada(“sabes que no,
vale si, pero no”) y mi risa reprobando sus barreras, noté como en el silencio empezaba un discurso,
pero me equivoque sonrió con extrañeza y me dio un beso rápido y seco, como vengativo o quizás
sarcástico, pero, eso ya no era el beso, era una respuesta y una negativa que se colmaba con un
silencio y un principio de paseo hacía ningún sitio. Al cabo de unas cuantas calles en mitad de aquel
apacible silencio, nos plantamos ante la cartelera de un colosal templo del cine, no recuerdo
cuantos, pero habían mas de cincuenta carteles distintos de películas que empezaban en quince
minutos, dije:
- Joder no va a haber tiempo para decidirse, ¿han hecho la tercera parte de eso…?
…Déjalo no sé porque te traigo a estos sitios, siempre te comportas como un niño y resulta muy
patético en un hombre de mas de treinta que aparenta casi la cuarentena.- Ni si quiera me miro
mientras se decía a si misma ese discurso, que yo quería convertir en batalla.
- Vamos a ver Maitexu no es culpa mía que sean tan retorcidos ni que tengan un gusto tan
repetitivo, es verdad no sé porque me dejo traer aquí.- mi voz había tomado un tono mucho más
serio del que debía y aquello no paso desapercibido por la entrenada mirada de Maite.
- Vale, hasta aquí José, solo quería un cucurucho gigante de palomitas y que nos riéramos un rato,
no puedes dejar estar tus mundos ni siquiera por mí, por una vez.- sus ojos ya no brillaban igual que
antes cuando la carrera y la escalera la habían lanzado contra mis brazos.
- Perdona Maite, elige la película que te apetezca ver, me vuelvo muy sibarita cuando me sacan a
pasear.
Entramos a ver una comedía acerca de la muerte, me parece que la producción era Noruega o Belga,
pero, realmente mereció la pena. Simplemente una película divertida en la que mueren de forma
natural algunos de los personajes, entre ellos la protagonista que había hecho el testamento cuando
le detectaron un cáncer terminal en los pulmones. Con veintitrés años escribió que con toda su
fortuna(heredera de familia noble húngara) debían despilfarrarla como quisieran. Maitexu me dio
un fuerte beso a mitad de la película cuando un par de lagrimas le huían por las mejillas(“no puedo
imaginarte muerto, aun te necesito”) fue un débil susurro, que me hizo mirarla con una ternura
innata.
Al acabar la película, yo estaba muy serio y al salir del macrocine acompañado por la muchedumbre
me encendí un cigarro en silencio y empecé a escuchar su clásica disección de la película. A parte
de escucharla, miraba hacía mi alrededor y me sentía brutalmente sucio, el polvo del rebaño debía
estar cegando mis ojos, todas esas frases también llegara el día en que poblen mis fauces. Empece a
agobiarme, ya no escuchaba a Maite, se había callado, pero, ¿desde cuando? Bajé los ojos con una
actitud expectativa y vi sus ojos mirándome preocupados (“ pequeño ¿ qué te pasa? Pareces
asustado, miras a tu alrededor como si estuvieras rodeado de seres abominables, ven”) y me abrazo
frotándome fuerte la espalda(“ es que creo que estoy rodeado de seres abominables, excepto por
ti”). Pasó el tiempo, bastante rápido en este abrazo, cuando nos separamos el cine ya estaba cerrado
y la aglomeración de alrededor había desaparecido. Mire a Maite y vi como en sus ojos aparecía una
idea, me cogió fuerte del brazo y pegando un silbido muy, muy agudo, paró a un taxi. De repente
estaba de camino a algún sitio y Maitexu estaba al lado muy emocionada hablándome del garito al
que íbamos. Una especie de sala de cine marginal y muy oscura, donde dentro de la sala el dueño ha
montado una barra de un bar y ha cambiado las viejas butacas por mesas con sillones viejos, pero
muy cómodos(“tiene una serie de películas que te van a encantar Joxi, no sé cuál estará poniendo
ahora, pero siempre son impresionantes, te encantara ese sitio pequeño, ya veras”)
Unas escaleras de maderas un poco carcomidas que crujían al apoyar las suelas de los zapatos, era
la humilde entrada de un mundo paralelo. Una pequeña sala no más grande que el comedor de un
restaurante aparecía iluminada por candelabros, sobre las distintas mesas que adornaban la sala. A
la entrada había un señor mayor sentado cobrando la entrada. Había que pagar cinco euros para
entrar, pero el precio incluía una copa gratis, con lo cual era casi como una invitación a beber más
que un diezmo por ver una vieja película. Me quedé boquiabierto al ver la sensual decoración de la
sala, las mesas tocadas por rosas negras bien secadas estaban cubiertas por manteles de colores.
Cuando llegamos no había ninguna película, entre pase y pase había un descanso de cerca de media
hora(“hemos llegado justo a tiempo, no me digas que no te encanta este garito Joxi”) solo pude
afirmar con la cabeza mientras buscaba un buen sillón en el que apoltronarme a ver cualquier
maravilla del séptimo arte. Una chica de mediana edad, que recuerdo creí que debía ser la hija del
dueño, nos preguntó que queríamos beber con una dulzura matriarcal encantadora. Recuerdo que le
pregunté acerca de que película iba a poner(“aun no lo sé, hay un hombre que desea ver el coloso en
llamas, pero a mí me apetecía algo un poco mas movido, ¿ tenéis alguna preferencia? Si es mejor
que la de aquel hombre os la pongo”) sorprendido ante las palabras de aquella mujer le dije que me
apetecía muchisimo ver el padrino, pero las tres, con una carcajada asintió mientras alargaba el
chorro de whisky en mi copa(“muy bien voy a anunciar el principio de una serie de películas sobre
la mafia”). Nos sentamos muy felices en una mesa cerca de la barra, Maite vio a un amigo suyo,
recuerdo que pensé en aquel desconocido besando la piel desnuda de Maitexu, y se fue corriendo
hacía su mesa para charlar un rato, me molestó el hecho de que aun no le había podido contar lo que
me había sucedido y lo que había decidido, aunque caí en la cuenta de que no corría prisa, a parte
era una decisión que me hacía mucha ilusión explicar se la en una situación cómoda. Las luces se
habían apagado y Maitexu aun no había vuelto a la mesa, de repente una sombra se sentó a mi lado
y reconocí enseguida la voz de la camarera:
- No le molestara a tu amiga que me siente con vosotros, ¿verdad? Es muy aburrido ver estas
películas desde detrás de la barra, además no suele levantarse nadie durante las películas, se
considera de mala educación aquí.
- Tranquila, además me da la sensación de que no va a volver hasta dentro de bastante y es un
placer poder tener tu compañía bajo el aroma de las rosas secas, ¿Cómo te llamas?.- le respondí sin
miedo a mal interpretaciones.
- Me llamo Carmen, encantada. Trabajó aquí desde que el viejo notó que le hacía falta algo de
ayuda. Como estaba alquilada en un piso suyo me preguntó si pudiese ayudarle y llegamos a un
acuerdo
- Pensé que era tu padre, bueno yo me llamo José Francisco.
 Los violines del principio del Padrino acallaron nuestras voces y nos encontramos imbuidos en el
principio del siglo veinte norteamericano. Mientras la historia iba avanzando y sucediéndose las
muertes, nos fuimos acercando poco a poco, al principio con la excusa del humo de la María que
compartíamos, y después sin buscar excusas en el roce de nuestras manos, para terminar abrazados
en el mismo sillón, (“me apetece mucho sentarme encima de ti”)(“no te preocupes, será un placer”)
fueron tan solo un par de débiles susurros los que apuñalaron a la soledad de dos almas. Los brazos
serpenteaban en busca del fruto prohibido que la piel encierra cuando al erizar se, suspira el cuerpo
entero en mitad de un instante eléctrico que recorre toda el alma, y no pensaba, eso era lo más bello.
Ya mi conciencia descansaba, por fin, dejando batallar al instinto, entre las sombras de saberse
animal. El silencio se acercaba con los tonos del amanecer ahuyentando los gemires y atrayendo los
pesares. Aun no se habían despertado los cláxones bajo el semáforo, y hundidos en el humo de la
victoria extirpada de batalla nos quedamos desnudos sentados al lado del otro mirando como la
magia moría a lomos de la podredumbre, a lomos de la realidad.
Mi rostro debía mostrar algo muy intimo que no me permitía pensar que ni siquiera existiera, pero,
ella lo notó(“ ¿qué te pasa? Parece que te este explotando el alma, tu mirada se acaba de vaciar, no
se de que, pero de todo eso”) la mire frío, inhumanizado, y una mezcla entre rabia y lastima, me
hicieron escapar de aquel abrazo, sin razones, sin explicaciones, en verdad casi sin palabras, ahora
lo pienso y me siento mas imbécil que de costumbre, en el ascensor bajando en silencio a su lado,
sin mirarla. Algo esta muriendo en mi corazón, y no me atrevo ni a mirar como se consume ante mi
hastío destructor. Jamas es casualidad que la morada de tan grotescas sensaciones sea este atestado
metro, donde como incautos nos comportamos los seres humanos cuales borregos en silencio hacia
el. Y a pesar de ello, seguimos alegrándonos al ver brillar el hacha en cada instante de nuestra
espera. No somos más que vanidosos animales de costumbres.
Sé cerro la puerta tras de mí y odiáblemente de nuevo los teléfonos acompañaban la sonata de
teclados sobre una baja conversación de la multitud de anónimos que poblaban la sala de espera.
Quizás alguno de aquellos despertase, de ese velo que nos cubre la vida con realidades como la
burocracia, y entrase en cólera al desperdiciar su vida entre aquellas garitas inútiles y carentes de
sentido. Quizás algún homínido de los presentes, al llegar su turno recitase algún poema absurdo e
insultante a la ventanilla 23. Quizás algún sabio apagase el luminoso con las listas de turnos,
sumiendo así en el caós de la añorada verdulería a aquel bastión del vacío. Cada vez que lo pensaba,
me sentía más cercano a ser yo aquel Algún Homínido Sabio.
Pero, no lo fui, me hundí en mi sillón y conecte la pantalla, me comporte exactamente como debía y
aquello empezaba a dolerme cada vez más. Intente pensar en aquella idea de huir y la veía tan
tremendamente lejana del próximo minuto, que me hundí en el deber de la obligación. La policía de
la sociedad me había encarcelado hacía ya tiempo y escapar de las esposas del trabajo iba a ser un
largo camino, en el que quizás acostumbre a mi ser, a vivir fuera de la morfina del consumismo. En
esos instantes, a veces llega la bendición de que ser realista es insoportablemente triste, por lo tanto
solo cabe la determinación de imaginar cosas lejanas, como la felicidad. Ya no me duele dejarme
llevar por mi tristeza, debo estar madurando demasiado.
La noche ya ha caído, y los recuerdos de la jornada, de la bronca del encargado local, de la
discusión eterna con una pobre señora que estaba siendo engañada por el estado, los recuerdos de
todo aquello me resbalan, huyen por fin de mi lado y los colores han vuelto a brillar y las formas
cambian ante mis sentidos. Soy fuerte y grande, noto un cosquilleo, forma pura de la energía,
recorrer centímetro a centímetro toda la llanura de mi piel y he vuelto a ser un universo sin paredes,
ni morales, tan solo paz y libre albedrío para mi imaginación que se alza extasiada ante la inhibida
conciencia. Soy éxtasis en la esencia ínfima que tan solo con el vacío de una mirada se puede
explicar, y las preocupaciones, las vanas causas motoras de mi futuro, se deshilachan ante la
grandiosidad del mundo que he ingerido. Me hundo en el mar de mis sabanas y dejándome llevar
por las olas de mi descanso reencuentro la isla, la cordura, la felicidad de estar vivo.
No entendía porque, pero aquellas paredes me daban respeto, tan altas, y pulidas, no reconocía que
tipo de cristal era, pero en él se veían sombras andar por nuestro lado, cuando estábamos
completamente solos. Un gran ventanal esférico iluminaba de lleno la estancia y por él se veía la
gran colina donde acaba la escalinata desde La Ciudad. Un hombre se acercaba hacía ella, mientras
yo miraba, y me sorprendió mucho ver la cantidad de objetos que llevaba encima parecía que fuera
a escalar una gran montaña. En silencio me miraban mi guía y una mujer mayor que tenía el cuerpo
lleno de enredaderas y su piel color de ciprés joven y florido.
Hay que estar muy preparado para bajar a La Ciudad, no es tarea fácil salir de aquí, pequeño. En
verdad es la manera de comprobar que ya estas preparado para habitar La Ciudad, que ya conoces tu
esencia y sabes controlarla bajo tu instinto y tu naturaleza.- Su voz sonaba grave pero susurrante,
era pausada y al escucharla tu mente recapacitaba instantáneamente a sus palabras.
-Te quedaras aquí Llophalath, si me acompañaras seguramente terminarías siendo una carga o un
enemigo. Cuando hayas comprendido elige tu mismo tus propios compañeros y tus propios
enemigos, que no sean mis prejuicios los que marquen tu sendero.- mi guía se marchaba y mientras
recitaba esas palabras fue tornando su cuerpo en forma de bestia y se lanzo de cabeza hacía el vacío
que rodeaba al Laberinto Alado.
El sol brillaba con magnificente fuerza sobre el valle de eterno verdor en donde se encontraba la
escuela del árbol y en ella, se encontraban seres de mil naturalezas distintas, yo por ejemplo era el
único en donde se mezclaba la comprensión de los licántropos con la naturaleza salvaje de las
alimañas nocturnas. Encontré quien me hablara de mis rasgos, era un joven serpéntido. El color
verdoso y la textura escamosa decoraban su piel, en sus ojos se encontraba el vacío del brillo de la
oscuridad, y a pesar de todo lo que conocía a cerca de las leyendas sobre la maldad de los
serpéntidos, no encontré razón para dudar de sus palabras. Sonaba tan suave su voz y era tan
acertado aquello que me contaba acerca de mis sentimientos, que sentí como poco a poco me
adormecía.

2 comentarios:

  1. Buf, me dejas q te diga, con el texto en la mano, parte por parte cómo me hace sentir?

    ResponderEliminar
  2. vente un dia a casa sacamos una copia en papel y hablamos?

    ResponderEliminar