0.
Los vagones destartalados estaban parados en el
primer anden. Aun deben faltar unos diez o quince
minutos y no había más de cinco personas en el
segundo vagón, es normal ¿quién viajaría un domingo
a esas horas hasta Valencia parando en todas las
estaciones? La agonía del pesar de los párpados se
volvía instante tras instante más pacifica y
sobrellevable. A quien se le ocurriría viajar a estas
horas un domingo y encima después un metro y luego
al piso. Ese piso frío inundado de recuerdos tuyos que
me faltaron por vivir, tu no lo entenderías quizás, pero
fuimos tanto y tan poco tras la retina de esas ventanas.
Eso es lo que en verdad me aterra de estos vagones
tibios, el glaciar al que me llevan es lo que tortura mi
mente.
Los minutos pasaban y como casi siempre seguían
retrasando la salida. Las hojas de los fanzine y
periódicos voltean al aire pasando pagina a pagina
como del que de respirar se trata. Hojear y hojear las
mugrientas fotos del dominical, otra gran nota en la
sinfonía de sonrisas del día sagrado¿ quien lo pasaría
en un tren?
Les tengo que contar el jueves a los chicos esto, a
pesar de que en casa haya dicho que este fin de
semana no bajo. Tengo que contarles como mi sábado
de juerga hasta el amanecer termino en un tren hacia
valencia, sobre todo a Diego, con el que discutí lo
inviable de estar hoy en este tren. ¿Quien me
mandaría a mí estar tan borrachamente seguro de ir,
de venir? Por fin la campana que anuncia los trenes
sonó irrumpiendo en el silencio de Sus hojas
ondeando al viento. No mas que un pequeño vacío en
la bolsa que guarda la ilusión, era un tren distinto el
que anunciaban la salida, uno más caro y más rápido.
Apenas se llenaba el vagón y todos los pasajeros
preguntaban uno a uno el destino del tren; ¿A donde
va este tren? Siempre se me ocurre la solución de
hablar con el conductor y aconsejarle amablemente
que vaya hacia Guipúzcoa, pero una cuestión tan
corriente como cambiar la dirección de un tren se
vuelve complicado cuando te echan en una parada
fantasma por desorden publico. Que extraño ¿ quien
les habrá pedido que ordenaran al publico, acaso no
podríamos ponernos como nos diese la real gana? La
ilusión de viajar hacia Barcelona y acabar en granada
siendo acogido por sus gentes felices ante la aparición
de un nuevo desordenado. Todos empezaríamos a
sentir el calor de nuestros vecinos en lugar de repetir
monotematicamente la misma dirección.
El tren rápido y caro chirría brutamente al detener
su fastuosa magnanimidad blanca y reluciente ante las
escaleras estropeadas de la derecha del anden.
-¿este tren va a valencia? Un anónimo acentuando
la es con su mirada sucia y burda, uno más y empiezo
a gritarle sarcasmos entredienteados. Por supuesto una
vez más oír de nuevo la frase de destino y
salida(mientras esperamos en este pútrido domingo)
del tren rápido, caro y reluciente.
El sueño cubrió más de medio viaje, cuando la
presencia de una placa y unas esposas me despertó, la
mirada del dueño de la ley se clavo en mis ojos
deseando oír una razón para echarme a mí también,
como al chiquillo que echaban ordenados por el
revisor del tren. Tras el echo, la disercion o mejor
dicho la disección de lo dado. Se sucedían los
argumentos suponiendo que el chico era un
drogadicto, alguna momia, nos hacia participes de las
claras marcas de la demacracion, (“era una lastima,
cada vez hay más”), la lastima era ver tanto rebaño
monopensante a mí alrededor. Del miedo al
desconocido pasaron a las risas y a la lastima, eran un
autentico gabinete de sabios imaginando el pasado y
juzgando su futuro. Era extraño pero me sentía más
unido a aquel con quien no hable, que aquellos que
me hacían participe de su feliz seguridad. No recuerdo
mi comentario a sus sandeces, pero si recuerdo sus
ojos al mirarme como si yo también fuera un malvado
destructor de su paz. Parecía como si masticasen con
placer las palabras y los juicios que emitían. Eran el
corrillo perfecto de simios como aquellos tres que
tenían que subir una escalera en contra de un chorro
de agua a por el plátano. En cualquier televisión se
hubiera comprado este guión para una serie. Por fin oí
la oración más inteligente del viaje desde un lateral
del vagón que extrañamente se encontraba abarrotado:
- ¿Un domingo en tren? No eso no. No debía tener
más de nueve años, era lógico que fuera de boca de un
niño.
La gran nube de barrios y chillidos se acercaba.
Sin duda era el hábitat perfecto para ese piso tan tuyo
que parecía veneno para lo mío.
El recuerdo de un extraño sueño agudizaba las
voces odiosas rasgando el silencio de mi mente. Al
intentar recordar los colores de aquellos sonidos
extraños que aparecían por mi sueño, una imagen
dulcemente grotesca me invadió y mientras mi
ensimismamiento me envolvía en un rápido recuerdo,
la maquina grisácea que me amamantaba continuaba
girando a mí alrededor con la pulcra exactitud de la
inevitable avalancha.
El alrededor contenía una paleta de colores que
ilusionaba al infante de nuestro pecho. Arrancando
entre mejillas una sonrisa ingenua. La vida se
respiraba en cada esquina donde animales o humanos
descansaban o paseaban sin prisas, con un extraño
amor al instante. Las conversaciones se trenzaban con
las canciones lejanas aguitarradas en balcones de vieja
copla andaluza.
Un empujón me despertó y al mirar de nuevo con
mis ojos a la maquina, lamenté con todas mis fuerzas
que mi consciencia no hubiera muerto sumida en el
regazo de aquel sueño. La realidad era tétricamente
falsa en comparación a aquel mundo por el que había
vagado mi mente.
Y retomar de nuevo el camino insulso, repetitivo,
vacío, como a una vulgar nada se asemejaba mi vida,
que no necesitaba de mi consciencia para continuar
viva. Tan solo la repetición hasta el hastío de mis
propios actos pasados valdría para que todo
continuara yendo como siempre.
A la mañana siguiente caí en la cuenta de que algo
no funcionaba, el pitido estruendoso y abominable del
despertador hizo que me volviera a odiar. ¿Como
había sido capaz de caer en esta pútrida mentira? La
respiración empezó a alterarse dentro de mi pecho, mi
mente tan solo pensaba en controlar el mal despertar
de lunes. Pero a diferencia de otras veces en que la
rabia había sido más dulce con mi pobre destino, una
idea desde el silencio de la inconsciencia empezó a
crecer en el centro de mi pecho haciéndome jadear de
miedo. Caí en el pavor al pensar en ese metro, y en las
lánguidas ocho horas, no las de hoy si no las eternas
ocho horas de siempre, de todos los días desde hace
demasiado tiempo y para demasiado tiempo. Me había
enjaulado y la llave corroída por el paso del tiempo
descansaba entre telarañas tras el abismo de mi ego y
de mi orgullo.
Lloré, pataleé e incluso rompí el despertador
contra la pared después de varios intentos, pero nada
había cambiado, el mundo seguía allí fuera y en su
regazo se escondían las maquinas de tortura que día a
día estaban arrancándome de entre las manos las
ilusiones, los sueños, en definitiva, la vida.
Antes de ticar el billete mensual, paré como tantas
veces a por otro despertador, el mismo modelo, el
único que lograba arrancarme con su estruendo de los
paraísos de mi descanso. El tendero, acostumbrado a
este ritual, con una sonrisa me dedicaba unos buenos
días que en mi mente sonaban retorcidos. Durante
todo el viaje en el metro e incluso en el trabajo, mis
palabras fueron escuetas y vacías, en ellas no se
encontraban ningún sentimiento. Era normal, no los
había ese día en mi pecho, pero, a pesar de todo lo que
se pudiera pensar, no deseaba morir, mas bien todo lo
contrario, deseo vivir. Pero vivir de verdad, no este
sucedáneo de morfina en el que todos los martirios
son aceptables por ese inalcanzable mañana que
profieren sus promesas de felicidad e hipocresías. Al
fin y al cabo no eran más que unos sarnosos buitres
pudriéndose en su propia carroña, y yo allá,
alimentando con mi sangre sus montañas putrefactas.
¿que sentimiento podía salir de mi voz? Ninguno,
absolutamente ninguno.
Por mis manos no pasaban escándalos, ni era una
de esas piedras sobre las que rota la maquinaria del
engaño, pero pertenezco a ella. Soy un burócrata, un
funcionario, un nadie, la ventanilla numero 27, los
formularios de comercio al por menor interprovincial,
solo soy una función social, solo soy una función
social, solo soy un vacío social. Necesitaba el
contacto humano, mascar algo de realidad, decidí
volver a llamar a Maite.
- Coño, eres la ultima persona que esperaba a estas
horas, ¿ que quieres? ¿Ya no estas hasta los cojones
de mis comentarios?- Su voz claramente molesta por
el tiempo fue la primera gota de paz que topaban mis
oídos en todo el día.
- Vamos Maitexu ya sabes que tengo muy mal
carácter, además últimamente me encuentro
demasiado vacío como para que me molesten tus
impertinencias, ¿haces algo esta noche?
- Supongo que tomarme una cerveza contigo, te
recojo a las nueve por la oficina.
- Perfecto Maite. Oye muchas gracias, sé que soy
una persona complicada, ¿ vale pequeña?
- No te preocupes estúpido, ya te conozco.- El
colgar del teléfono sonó como una losa tras la caricia
de su voz.
Miré a mí alrededor y el pulcro silencio
burocrático volvió a calar mi alma de esa sensación,
ya tan repetitiva, de estar viviendo entre ataúdes.
De nuevo sin novedades repasaba mi cabeza
mientras la lluvia se divertía chocando sobre mis
gafas. Maite siempre se vengaba llegando
abusívamente tarde, esa noche no fue una excepción.
Desde dos semáforos mas allá una música dura y
potente se acercó para que el chirriar de las ruedas de
su coche me indicara que era la hora de escapar.
Subí rápido al coche y una sonrisa socarrona, de
ya lo sé pero me importa un carajo haber llegado una
hora tarde, me recibió con dos besos y mil palabras
rápidas a modo de excusa irónica. Mientras la
escuchaba sin poder evitar sonreír, imaginaba como
momentos antes repasaba los poemas de algún viejo
libro, dejando pasar los minutos mientras escuchaba la
lluvia arreciar contra el suelo con violenta fuerza.
Parecía como si el miedo de la mañana hubiera
terminado de desvanecerse tras el primer trago de
cerveza en la barra del Tapia. Me sentía
tremendamente cariñoso con aquella vieja amiga, que
a pesar de todo los todos insoportables que me había
aguantado, seguía rescatándome de la nada que me
hacía agonizar ahogado por sus huesudas rutinas.
Necesitaba huir, se lo conté, la mañana, el día ese
ayer tan lejano y patético entre el jurado de simios a
lomos del destartalado tren. Con una mirada
compasiva, deslizó sus dedos entre mi pelo, mientras
me decía que tuviese cuidado(“niño te estas matando
a ti mismo, por no aceptar que te equivocaste de vida,
tienes que hacer algo, ten mucho cuidado, cualquier
día te encuentras intentando apuñalarte entre sollozos,
o cambias de vida o busca ayuda”), me entro una risa
orgullosa y eso le molesto de sobremanera. Nunca he
aceptado bien los consejos, aunque sabía que no
andaba muy lejos del acierto, me resultaba inaceptable
cualquiera de las dos soluciones que me daba(“venga
no exageres pequeña, sé cuidarme, estoy pasando una
mala época, ¿no hay ninguna crisis a los treinta y
dos?, Lo que deberías hacer es venirte alguna noche a
dormir, como antes, y echarme las cartas. Mi
problema es que me estoy encerrando demasiado en
mi mismo y en soledad soy insoportable”) esa fue una
de las pocas veces esa noche que Maite me dio la
razón, si, ella también pensaba que en soledad yo era
insoportable, lo cual era una razón muy buena para no
venirse a dormir. Aparte de que las cosas ya no están
como antes, siempre olvido que el antes con el tiempo
cambia.
Entre canciones tan viejas que ya solo cuatro las
cantábamos nos reímos un buen rato, e incluso
conseguí olvidar por completo, todas las tonterías que
dejo que me atormenten. El alcohol y los sucedáneos
tratados con justa medida, siempre soportan las caídas
mas duras, me sentía lleno y feliz el tiempo justo,
como para que cuando las luces se encendieran, dando
el toque de queda para los borrachos me sintiera
aliviado de irme a dormir. Recuerdo mirar el reloj y
maldecirme por haber alargado hasta las cuatro la
cerveza, pero ya era irremediable. Me encontraba
hablando con unos antiguos compañeros de batalla
cuando militaba en la universidad, de repente un
abrazo por la espalda y un beso en el cuello me
rescato de las frivolidades que estábamos discutiendo.
- Príncipe nocturno, yo me voy ya para casa si
quieres te acerco, sino quédate a rescatar el mundo
con la reunión de sabios que bajo la bendición del
alcohol se ha dado hoy entre estas paredes.- Maite iba
completamente borracha, y su voz, se transformaba
bajo la grandilocuencia de su desorbitada
imaginación.
- Claro que si dueña de mis reinos sagrados, parto
yo mismo con vos entre los brazos, hacía el póstumo
descanso de este sueño.- en mis venas tampoco faltaba
la iluminación de Baco.
Me acercó a casa y dejándome en el portal, rehusó
de nuevo la invitación para dormir(“como me metiese
ahora en tu cama, volveríamos a tener problemas
mañana por la mañana y lo sabes, así que más vale
que lo dejemos para otro día cuando esté en plenitud
nuestra moralidad”) con una sonrisa sarcástica hacía
sus miedos comencé a subir las escaleras. Un aliento
de terror me erizó la espalda al encontrarme ante la
puerta de mi piso, y el silencio volvió a vaciar mis
sentimientos, al aparecer tras el portazo. Puse música
lo suficientemente fuerte como para no dormir,
necesitaba descansar un poco antes de dejar que se
esfumara el día y sabía que mañana me odiaría de
nuevo, pero, a pesar de ello, necesitaba disfrutar unos
minutos más. Bajo la compañía de mis discusiones
deshice y lié el tabaco ornamentándolo del aroma
relajante del hachís y me deje derivar por recuerdos e
imaginaciones que me hacían revivir sucesos no
acontecidos en la historia. Me gustaba pensar en que
mi vida pudiese ser la de un druida que la dedicó a
caminar en búsqueda arcana, perdida por su prematura
muerte. Con un lamento transformado en mueca me
dormí profundamente.
Desperté del asombro ante la metamorfosis de
aquellas bestias aladas, y empezamos a correr hacía
las escaleras. Bajamos al sótano y acto seguido hasta
la bodega, una sombra a cuatro patas daba saltos de un
lugar a otro, buscando el modo de huir, yo la seguía
sin dudar, el afecto fraternal que en mi pecho latía
hacía eso no me hizo dudar en seguirlo por la
oscuridad de los pasadizos subterráneos de la casa.
Mis ojos entre la espesura de la oscuridad distinguían
una vibración de colores que era la energía de la
bestia. Al cabo de un largo rato de recorrer pasadizos
para mí sin sentido, una bocanada de luz apareció al
final de una pendiente desvencijada. La bestia empezó
a olisquear, mientras yo sentía que me contaba que era
necesario(“aun no es el momento de que os conozcáis,
debemos huir muy lejos y hay que asegurarse de que
no nos siguen, ellos no pueden sentirnos”). Al salir a
la luz corrimos veloces hacía un acantilado, donde la
ciudad acababa sobre los rugidos del mar sangriento.
Yo seguía a la bestia sin comprender hacía donde nos
dirigíamos e incluso le intente avisar antes de que
saltara(“ahí se acaba la Ciudad”) pero mientras estas
palabras salían de mi boca, me encontraba ya saltando
hacía el vacío.
Cuando el aliento empezó a relajarse entre mis
labios, abrí los ojos y mire a mi alrededor. Recuerdo
claramente la sonrisa de un hombre muy viejo que
tenía todo su cuerpo cubierto de pelo, debía sonreír
por mi cara absorta e incrédula. Me encontraba al lado
de lo que había sido la bestia, en medio de un canal
muy ancho pero de muy poco cauce, mire al cielo y
tope con el techo de la caverna, completamente
pintado de mil colores azulados y verdosos, que se
iban tiñendo suavemente de un negro luminoso por
donde correteaban unas inquietas venas amarillas.
Cuando volví a mirar, toda la imagen del techo había
cambiado. Donde el canal terminaba aparecían
montones de pequeñas tabernas iluminadas por miles
de tinajas que despedían rayos de colores, de esas
tinajas venía el espectáculo del techo. La música
brotaba de muchas maneras de entre todas las
tabernas, y los músicos de extraños tamaños bailaban
por las paredes, por los techos y las calles, e incluso
alguno en mitad de un agudo solo, conseguía que sus
pies levitasen del suelo y volteaba por los aires como
una peonza. Era tan bella la visión de mi alrededor
que no pude esperar ni un instante en querer ir a la
orilla a bailar con los estrambóticos músicos. Con una
mirada reprobatoria mi bestia-guía me dijo:
- Hemos venido hasta las cavernas de la Ciudad
para poder huir de Kir-hom y llevarte a la Escuela, no
creas que voy a dejar que te emborraches y llames la
atención de los desconocidos. Nos embarcaremos
hacía alguna salida cercana del Laberinto Alado,
estaremos media hora por aquí, así que haz el favor de
no llamar la atención.
Mi pecho estaba lleno de emoción, ante la idea de
poder pasear por ese cuadro vivo, pero una extraña
vibración puntiaguda empezó a herirme y caí al suelo
perdiendo el sentido.
Los vagones destartalados estaban parados en el
primer anden. Aun deben faltar unos diez o quince
minutos y no había más de cinco personas en el
segundo vagón, es normal ¿quién viajaría un domingo
a esas horas hasta Valencia parando en todas las
estaciones? La agonía del pesar de los párpados se
volvía instante tras instante más pacifica y
sobrellevable. A quien se le ocurriría viajar a estas
horas un domingo y encima después un metro y luego
al piso. Ese piso frío inundado de recuerdos tuyos que
me faltaron por vivir, tu no lo entenderías quizás, pero
fuimos tanto y tan poco tras la retina de esas ventanas.
Eso es lo que en verdad me aterra de estos vagones
tibios, el glaciar al que me llevan es lo que tortura mi
mente.
Los minutos pasaban y como casi siempre seguían
retrasando la salida. Las hojas de los fanzine y
periódicos voltean al aire pasando pagina a pagina
como del que de respirar se trata. Hojear y hojear las
mugrientas fotos del dominical, otra gran nota en la
sinfonía de sonrisas del día sagrado¿ quien lo pasaría
en un tren?
Les tengo que contar el jueves a los chicos esto, a
pesar de que en casa haya dicho que este fin de
semana no bajo. Tengo que contarles como mi sábado
de juerga hasta el amanecer termino en un tren hacia
valencia, sobre todo a Diego, con el que discutí lo
inviable de estar hoy en este tren. ¿Quien me
mandaría a mí estar tan borrachamente seguro de ir,
de venir? Por fin la campana que anuncia los trenes
sonó irrumpiendo en el silencio de Sus hojas
ondeando al viento. No mas que un pequeño vacío en
la bolsa que guarda la ilusión, era un tren distinto el
que anunciaban la salida, uno más caro y más rápido.
Apenas se llenaba el vagón y todos los pasajeros
preguntaban uno a uno el destino del tren; ¿A donde
va este tren? Siempre se me ocurre la solución de
hablar con el conductor y aconsejarle amablemente
que vaya hacia Guipúzcoa, pero una cuestión tan
corriente como cambiar la dirección de un tren se
vuelve complicado cuando te echan en una parada
fantasma por desorden publico. Que extraño ¿ quien
les habrá pedido que ordenaran al publico, acaso no
podríamos ponernos como nos diese la real gana? La
ilusión de viajar hacia Barcelona y acabar en granada
siendo acogido por sus gentes felices ante la aparición
de un nuevo desordenado. Todos empezaríamos a
sentir el calor de nuestros vecinos en lugar de repetir
monotematicamente la misma dirección.
El tren rápido y caro chirría brutamente al detener
su fastuosa magnanimidad blanca y reluciente ante las
escaleras estropeadas de la derecha del anden.
-¿este tren va a valencia? Un anónimo acentuando
la es con su mirada sucia y burda, uno más y empiezo
a gritarle sarcasmos entredienteados. Por supuesto una
vez más oír de nuevo la frase de destino y
salida(mientras esperamos en este pútrido domingo)
del tren rápido, caro y reluciente.
El sueño cubrió más de medio viaje, cuando la
presencia de una placa y unas esposas me despertó, la
mirada del dueño de la ley se clavo en mis ojos
deseando oír una razón para echarme a mí también,
como al chiquillo que echaban ordenados por el
revisor del tren. Tras el echo, la disercion o mejor
dicho la disección de lo dado. Se sucedían los
argumentos suponiendo que el chico era un
drogadicto, alguna momia, nos hacia participes de las
claras marcas de la demacracion, (“era una lastima,
cada vez hay más”), la lastima era ver tanto rebaño
monopensante a mí alrededor. Del miedo al
desconocido pasaron a las risas y a la lastima, eran un
autentico gabinete de sabios imaginando el pasado y
juzgando su futuro. Era extraño pero me sentía más
unido a aquel con quien no hable, que aquellos que
me hacían participe de su feliz seguridad. No recuerdo
mi comentario a sus sandeces, pero si recuerdo sus
ojos al mirarme como si yo también fuera un malvado
destructor de su paz. Parecía como si masticasen con
placer las palabras y los juicios que emitían. Eran el
corrillo perfecto de simios como aquellos tres que
tenían que subir una escalera en contra de un chorro
de agua a por el plátano. En cualquier televisión se
hubiera comprado este guión para una serie. Por fin oí
la oración más inteligente del viaje desde un lateral
del vagón que extrañamente se encontraba abarrotado:
- ¿Un domingo en tren? No eso no. No debía tener
más de nueve años, era lógico que fuera de boca de un
niño.
La gran nube de barrios y chillidos se acercaba.
Sin duda era el hábitat perfecto para ese piso tan tuyo
que parecía veneno para lo mío.
El recuerdo de un extraño sueño agudizaba las
voces odiosas rasgando el silencio de mi mente. Al
intentar recordar los colores de aquellos sonidos
extraños que aparecían por mi sueño, una imagen
dulcemente grotesca me invadió y mientras mi
ensimismamiento me envolvía en un rápido recuerdo,
la maquina grisácea que me amamantaba continuaba
girando a mí alrededor con la pulcra exactitud de la
inevitable avalancha.
El alrededor contenía una paleta de colores que
ilusionaba al infante de nuestro pecho. Arrancando
entre mejillas una sonrisa ingenua. La vida se
respiraba en cada esquina donde animales o humanos
descansaban o paseaban sin prisas, con un extraño
amor al instante. Las conversaciones se trenzaban con
las canciones lejanas aguitarradas en balcones de vieja
copla andaluza.
Un empujón me despertó y al mirar de nuevo con
mis ojos a la maquina, lamenté con todas mis fuerzas
que mi consciencia no hubiera muerto sumida en el
regazo de aquel sueño. La realidad era tétricamente
falsa en comparación a aquel mundo por el que había
vagado mi mente.
Y retomar de nuevo el camino insulso, repetitivo,
vacío, como a una vulgar nada se asemejaba mi vida,
que no necesitaba de mi consciencia para continuar
viva. Tan solo la repetición hasta el hastío de mis
propios actos pasados valdría para que todo
continuara yendo como siempre.
A la mañana siguiente caí en la cuenta de que algo
no funcionaba, el pitido estruendoso y abominable del
despertador hizo que me volviera a odiar. ¿Como
había sido capaz de caer en esta pútrida mentira? La
respiración empezó a alterarse dentro de mi pecho, mi
mente tan solo pensaba en controlar el mal despertar
de lunes. Pero a diferencia de otras veces en que la
rabia había sido más dulce con mi pobre destino, una
idea desde el silencio de la inconsciencia empezó a
crecer en el centro de mi pecho haciéndome jadear de
miedo. Caí en el pavor al pensar en ese metro, y en las
lánguidas ocho horas, no las de hoy si no las eternas
ocho horas de siempre, de todos los días desde hace
demasiado tiempo y para demasiado tiempo. Me había
enjaulado y la llave corroída por el paso del tiempo
descansaba entre telarañas tras el abismo de mi ego y
de mi orgullo.
Lloré, pataleé e incluso rompí el despertador
contra la pared después de varios intentos, pero nada
había cambiado, el mundo seguía allí fuera y en su
regazo se escondían las maquinas de tortura que día a
día estaban arrancándome de entre las manos las
ilusiones, los sueños, en definitiva, la vida.
Antes de ticar el billete mensual, paré como tantas
veces a por otro despertador, el mismo modelo, el
único que lograba arrancarme con su estruendo de los
paraísos de mi descanso. El tendero, acostumbrado a
este ritual, con una sonrisa me dedicaba unos buenos
días que en mi mente sonaban retorcidos. Durante
todo el viaje en el metro e incluso en el trabajo, mis
palabras fueron escuetas y vacías, en ellas no se
encontraban ningún sentimiento. Era normal, no los
había ese día en mi pecho, pero, a pesar de todo lo que
se pudiera pensar, no deseaba morir, mas bien todo lo
contrario, deseo vivir. Pero vivir de verdad, no este
sucedáneo de morfina en el que todos los martirios
son aceptables por ese inalcanzable mañana que
profieren sus promesas de felicidad e hipocresías. Al
fin y al cabo no eran más que unos sarnosos buitres
pudriéndose en su propia carroña, y yo allá,
alimentando con mi sangre sus montañas putrefactas.
¿que sentimiento podía salir de mi voz? Ninguno,
absolutamente ninguno.
Por mis manos no pasaban escándalos, ni era una
de esas piedras sobre las que rota la maquinaria del
engaño, pero pertenezco a ella. Soy un burócrata, un
funcionario, un nadie, la ventanilla numero 27, los
formularios de comercio al por menor interprovincial,
solo soy una función social, solo soy una función
social, solo soy un vacío social. Necesitaba el
contacto humano, mascar algo de realidad, decidí
volver a llamar a Maite.
- Coño, eres la ultima persona que esperaba a estas
horas, ¿ que quieres? ¿Ya no estas hasta los cojones
de mis comentarios?- Su voz claramente molesta por
el tiempo fue la primera gota de paz que topaban mis
oídos en todo el día.
- Vamos Maitexu ya sabes que tengo muy mal
carácter, además últimamente me encuentro
demasiado vacío como para que me molesten tus
impertinencias, ¿haces algo esta noche?
- Supongo que tomarme una cerveza contigo, te
recojo a las nueve por la oficina.
- Perfecto Maite. Oye muchas gracias, sé que soy
una persona complicada, ¿ vale pequeña?
- No te preocupes estúpido, ya te conozco.- El
colgar del teléfono sonó como una losa tras la caricia
de su voz.
Miré a mí alrededor y el pulcro silencio
burocrático volvió a calar mi alma de esa sensación,
ya tan repetitiva, de estar viviendo entre ataúdes.
De nuevo sin novedades repasaba mi cabeza
mientras la lluvia se divertía chocando sobre mis
gafas. Maite siempre se vengaba llegando
abusívamente tarde, esa noche no fue una excepción.
Desde dos semáforos mas allá una música dura y
potente se acercó para que el chirriar de las ruedas de
su coche me indicara que era la hora de escapar.
Subí rápido al coche y una sonrisa socarrona, de
ya lo sé pero me importa un carajo haber llegado una
hora tarde, me recibió con dos besos y mil palabras
rápidas a modo de excusa irónica. Mientras la
escuchaba sin poder evitar sonreír, imaginaba como
momentos antes repasaba los poemas de algún viejo
libro, dejando pasar los minutos mientras escuchaba la
lluvia arreciar contra el suelo con violenta fuerza.
Parecía como si el miedo de la mañana hubiera
terminado de desvanecerse tras el primer trago de
cerveza en la barra del Tapia. Me sentía
tremendamente cariñoso con aquella vieja amiga, que
a pesar de todo los todos insoportables que me había
aguantado, seguía rescatándome de la nada que me
hacía agonizar ahogado por sus huesudas rutinas.
Necesitaba huir, se lo conté, la mañana, el día ese
ayer tan lejano y patético entre el jurado de simios a
lomos del destartalado tren. Con una mirada
compasiva, deslizó sus dedos entre mi pelo, mientras
me decía que tuviese cuidado(“niño te estas matando
a ti mismo, por no aceptar que te equivocaste de vida,
tienes que hacer algo, ten mucho cuidado, cualquier
día te encuentras intentando apuñalarte entre sollozos,
o cambias de vida o busca ayuda”), me entro una risa
orgullosa y eso le molesto de sobremanera. Nunca he
aceptado bien los consejos, aunque sabía que no
andaba muy lejos del acierto, me resultaba inaceptable
cualquiera de las dos soluciones que me daba(“venga
no exageres pequeña, sé cuidarme, estoy pasando una
mala época, ¿no hay ninguna crisis a los treinta y
dos?, Lo que deberías hacer es venirte alguna noche a
dormir, como antes, y echarme las cartas. Mi
problema es que me estoy encerrando demasiado en
mi mismo y en soledad soy insoportable”) esa fue una
de las pocas veces esa noche que Maite me dio la
razón, si, ella también pensaba que en soledad yo era
insoportable, lo cual era una razón muy buena para no
venirse a dormir. Aparte de que las cosas ya no están
como antes, siempre olvido que el antes con el tiempo
cambia.
Entre canciones tan viejas que ya solo cuatro las
cantábamos nos reímos un buen rato, e incluso
conseguí olvidar por completo, todas las tonterías que
dejo que me atormenten. El alcohol y los sucedáneos
tratados con justa medida, siempre soportan las caídas
mas duras, me sentía lleno y feliz el tiempo justo,
como para que cuando las luces se encendieran, dando
el toque de queda para los borrachos me sintiera
aliviado de irme a dormir. Recuerdo mirar el reloj y
maldecirme por haber alargado hasta las cuatro la
cerveza, pero ya era irremediable. Me encontraba
hablando con unos antiguos compañeros de batalla
cuando militaba en la universidad, de repente un
abrazo por la espalda y un beso en el cuello me
rescato de las frivolidades que estábamos discutiendo.
- Príncipe nocturno, yo me voy ya para casa si
quieres te acerco, sino quédate a rescatar el mundo
con la reunión de sabios que bajo la bendición del
alcohol se ha dado hoy entre estas paredes.- Maite iba
completamente borracha, y su voz, se transformaba
bajo la grandilocuencia de su desorbitada
imaginación.
- Claro que si dueña de mis reinos sagrados, parto
yo mismo con vos entre los brazos, hacía el póstumo
descanso de este sueño.- en mis venas tampoco faltaba
la iluminación de Baco.
Me acercó a casa y dejándome en el portal, rehusó
de nuevo la invitación para dormir(“como me metiese
ahora en tu cama, volveríamos a tener problemas
mañana por la mañana y lo sabes, así que más vale
que lo dejemos para otro día cuando esté en plenitud
nuestra moralidad”) con una sonrisa sarcástica hacía
sus miedos comencé a subir las escaleras. Un aliento
de terror me erizó la espalda al encontrarme ante la
puerta de mi piso, y el silencio volvió a vaciar mis
sentimientos, al aparecer tras el portazo. Puse música
lo suficientemente fuerte como para no dormir,
necesitaba descansar un poco antes de dejar que se
esfumara el día y sabía que mañana me odiaría de
nuevo, pero, a pesar de ello, necesitaba disfrutar unos
minutos más. Bajo la compañía de mis discusiones
deshice y lié el tabaco ornamentándolo del aroma
relajante del hachís y me deje derivar por recuerdos e
imaginaciones que me hacían revivir sucesos no
acontecidos en la historia. Me gustaba pensar en que
mi vida pudiese ser la de un druida que la dedicó a
caminar en búsqueda arcana, perdida por su prematura
muerte. Con un lamento transformado en mueca me
dormí profundamente.
Desperté del asombro ante la metamorfosis de
aquellas bestias aladas, y empezamos a correr hacía
las escaleras. Bajamos al sótano y acto seguido hasta
la bodega, una sombra a cuatro patas daba saltos de un
lugar a otro, buscando el modo de huir, yo la seguía
sin dudar, el afecto fraternal que en mi pecho latía
hacía eso no me hizo dudar en seguirlo por la
oscuridad de los pasadizos subterráneos de la casa.
Mis ojos entre la espesura de la oscuridad distinguían
una vibración de colores que era la energía de la
bestia. Al cabo de un largo rato de recorrer pasadizos
para mí sin sentido, una bocanada de luz apareció al
final de una pendiente desvencijada. La bestia empezó
a olisquear, mientras yo sentía que me contaba que era
necesario(“aun no es el momento de que os conozcáis,
debemos huir muy lejos y hay que asegurarse de que
no nos siguen, ellos no pueden sentirnos”). Al salir a
la luz corrimos veloces hacía un acantilado, donde la
ciudad acababa sobre los rugidos del mar sangriento.
Yo seguía a la bestia sin comprender hacía donde nos
dirigíamos e incluso le intente avisar antes de que
saltara(“ahí se acaba la Ciudad”) pero mientras estas
palabras salían de mi boca, me encontraba ya saltando
hacía el vacío.
Cuando el aliento empezó a relajarse entre mis
labios, abrí los ojos y mire a mi alrededor. Recuerdo
claramente la sonrisa de un hombre muy viejo que
tenía todo su cuerpo cubierto de pelo, debía sonreír
por mi cara absorta e incrédula. Me encontraba al lado
de lo que había sido la bestia, en medio de un canal
muy ancho pero de muy poco cauce, mire al cielo y
tope con el techo de la caverna, completamente
pintado de mil colores azulados y verdosos, que se
iban tiñendo suavemente de un negro luminoso por
donde correteaban unas inquietas venas amarillas.
Cuando volví a mirar, toda la imagen del techo había
cambiado. Donde el canal terminaba aparecían
montones de pequeñas tabernas iluminadas por miles
de tinajas que despedían rayos de colores, de esas
tinajas venía el espectáculo del techo. La música
brotaba de muchas maneras de entre todas las
tabernas, y los músicos de extraños tamaños bailaban
por las paredes, por los techos y las calles, e incluso
alguno en mitad de un agudo solo, conseguía que sus
pies levitasen del suelo y volteaba por los aires como
una peonza. Era tan bella la visión de mi alrededor
que no pude esperar ni un instante en querer ir a la
orilla a bailar con los estrambóticos músicos. Con una
mirada reprobatoria mi bestia-guía me dijo:
- Hemos venido hasta las cavernas de la Ciudad
para poder huir de Kir-hom y llevarte a la Escuela, no
creas que voy a dejar que te emborraches y llames la
atención de los desconocidos. Nos embarcaremos
hacía alguna salida cercana del Laberinto Alado,
estaremos media hora por aquí, así que haz el favor de
no llamar la atención.
Mi pecho estaba lleno de emoción, ante la idea de
poder pasear por ese cuadro vivo, pero una extraña
vibración puntiaguda empezó a herirme y caí al suelo
perdiendo el sentido.
Más!
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