miércoles, 14 de abril de 2010

CAPITULO III Y CAPITULO IV (final primera parte de Diario de abordo)

CAP III
Los reflejos rojizos de la vela bailaban con las sombras un instante después de
despertarme. La respiración no descansaba sobre mi pecho pues sentía aun la prisión
del sueño. Por un instante vi como sí las sombras se alejaran de mi lentamente,
deteniendo por fin la persecución vivida en la noche. La mañana aun dormía
plácidamente y a las calles solo las farolas o los coches las iluminaban. De camino
hacía la ventana, el gesto repetido se detuvo, la mano quieta ante la vela, la vela
apagada, la cera fría como si jamas hubiese alimentado ninguna mecha y los ojos
extrañados se preguntan hasta que punto el recuerdo de los reflejos pertenecía al
sueño. O quizás sea esta conciencia buscadora de detalles la que aun permanece en el
sueño, encerrada en la locura de aquí en adelante. El aire fresco entraba por las
comisuras de los cristales vidriados de vejez y en la fría lejanía que se adentraba; el
primer tranvía de la mañana hacía aparición bajo la compañía de sus chirridos
eléctricos. Apareció entre las vísceras somnolientas de la ciudad, un nadie que
tropezando en su paso se alejó de las entrañas del tranvía hacía ningún lugar. El
anonimato vuelve a fundirse con la piel, es la gran nada que se alimenta de todos
nosotros. A los hermanos extraños de la noche solo les esperan nichos separados,
lejos de cualquier mausoleo familiar.
La puerta del piso se cerro tras sus ideas y saltos, con una chaqueta sobre el
camisón, la telaraña de rizos rojos bajaba las escaleras cubierta por el manto de las
sombras y del extraño silencio de esas horas fronterizas.
Recuerda correr cuando dormía, por unos prados azules que volaban por los aires
como islas flotantes. La intensidad de los colores era tan distinta a ese abeisado del
real te con leche. Y en su mente aun ve a lo lejos una sombra vacilante que parecía
seguirla. Mucho más allá de los reflejos de luz que llenaban toda la bóveda, la sombra
se empezaba a mover lacónica y torpe como si ningún tipo de inteligencia pudiera
encaminarla.
Bajaba de prado en prado dando saltos y planeando en el aire hasta llegar sobre el
desierto rojo que se divisaba desde los aires. Al pisar el suelo y levantar la vista hacia
las islas flotantes, vi por encima de ellas nadar a los delfines. Sobre ellos a lo lejos se
cernía la gran mancha,mi perseguidora implacable dominando ya casi toda la bóveda
fue tragándose en su caída a todos los ancianos delfines.
Mientras la lenta caída de la sombra abordaba todo lo que encontraba a su paso, la
telaraña de rizos rojos escapaba corriendo por los caminos perdidos del viento que se
escondían en el desierto rojo. De cada uno de ellos salía un aroma y una melodía
distintas. Desde el principio de su carrera le invadió un aroma a aguardiente dulce
acompañado por un extraño ritmo semejante al jazz mas ácido que había encontrado
en su vida, lo siguió. Corrió durante mucho tiempo usando como guía a aquel aroma
dulzón. Finalmente tras muchas cavernas y pasadizos llego a las afueras del puerto.
Aromas de todos los lugares de La Ciudad la rodeaban y embelesaban, pero solo uno
la acompañó hasta que salió del pasadizo, se giro y mirando de donde provenía
distinguió la voz de los delfines, que haya en los confines del desierto rojo seguían
nadando pacifica y eternamente. El suelo por donde andaba estaba encharcado por un
palmo de agua que bajaba como si fuese un riachuelo. De las paredes brotaban de
distintas canalizaciones liquidos brillantes de mil colores, que daban a parar en el
riachuelo que paso a paso se iba ensanchando.
La música comenzó a diversificarse a la vez que empezaron a aparecer callejuelas
llenas de tabernas a los lados del riachuelo,que poco a poco se convertía en mil
canales que rodeaban todo un barrio en mitad de las catacumbas. Habían cientos de
músicos, algunos de ellos saltaban por los aires acompañando sus notas musicales
con su cuerpo. Prácticamente se había olvidado de todo imbuida por la felicidad que
da la vida cuando las sonrisas se prodigan, cuando la sombra de un tamaño poco
mayor que el de un hombre adulto apareció lenta y torpe por las callejuelas. La gente
le advertía que corriese, pero con un ataque de risa al ver los traspiés de la estúpida
sombra, tan solo conseguía dar pequeños pasos. Una extraña tos se adentro hasta su
pecho mientras las caras de preocupación se multiplicaban alrededor, y la sombra
inexorable en su paso se acercaba cada vez más. En los tosidos salían a veces de entre
sus labios pequeñas manchas negras que suspendidas en el aire daban vueltas a su
alrededor como si fueran pequeñas moscas borrosas. Las rodillas fallaron, el
cansancio nubló la vista y la sombra cubrió todo alrededor de ella. Allí, bajo la
sombra paso una eternidad, desapareció la existencia y tras eones de vació volvió a
aparecer lentamente la vida. Todo esto sucedió tan solo en un instante en que la
sombra la cubrió, pues no llego a tocarla si quiera, recuerda muy bien a la otra
sombra, a sus ojos azules en mitad de una bruma rojiza a la que recorrían pequeños
rayos azabaches. La recuerda muy bien abalanzándose contra la sombra, y la recuerda
también de repente entre los prados saltando a lo lejos, rápida y fugaz, sin dejarse casi
ver cuando ella corría también por los prados, eones atrás ¿Al principio del sueño?
El recuerdo de las sombras sumiéndose en la nada en avalancha, desapareciendo
ambas como si jamas hubiesen existido, se entremezcla con las luces del día
desperezándose. Un espejo al fondo de la barra de un bar descubre a varias miradas
adentrándose por lo mucho que deja imaginar el camisón bajo la chaqueta. La
realidad vuelve a agolpar se inexorable en la cabecita pelirroja, en los bolsillos de la
chaqueta no encuentra mas que las llaves de casa. De camino hacía los servicios
pensaba una a una todas las maneras de evitar lo inevitable, cuando apareció a su
izquierda la puerta trasera del bar. Tras un rápido quiebro apareció en la calle, justo a
tiempo para oír al camarero gritando(“eh, que no has pagado”).
Los recuerdos del enjuto y viejo camarero, rojo de rabia, gritándole en mitad de la
calle mientras ella trataba de explicarle incoherencias como, como había llegado al
bar, o que cuando volviese. En mitad del griterío, una mirada amable atravesó la calle
desde la otra acera y ella descubrió los ojos que hacía poco la habían salvado en sus
sueños.
La distancia del tiempo vuelve a convertirse en una falacia argumentativa, el
mismo instante vuelve a si mismo por infinitésima vez, sin conseguir ningún peso
especial la música vuelve a sonar lenta y sibilina contra los espejos. La sala de tatami
decorada por siete personas que intentan hacer de todos sus pasos un único
movimiento. La clase de danza del vientre termina y un café de maquina rápido da
paso a los alumnos de tango avanzado, todo continua dándose igual, todo sigue
revalidándose por la repetición, todo sigue siendo nada.
Las escaleras de la buhardilla siguen rechinando a cada paso de vuelta, las llaves
siguen atrancándose los primeros diez intentos antes de abrir la puerta y la soledad
sigue sentada esperando a que nadie le diga algo. La telaraña roja de su pelo vuelve a
sumirse en el sofá, hundiéndose de a poco en mucho en la perplejidad de los
desvaríos.
Vuelve a ver el desierto, los recuerdos regresan. La noche empezaba a cubrir el
infinito mar de arena roja, sentada al lado de las escaleras que bajan hasta las
cavernas de la ciudad se deja llevar por los cánticos lejanos de los ancestrales
delfines. En el horizonte, un pequeño punto parece saltar de duna en duna. Sus
movimientos son lentos y prácticamente parece que sea un globo bajo los designios
de los vientos. La figura se acerca dando saltos, parece un hombre, pero es gris, como
si estuviera echo de vacío muy comprimido, en sus ojos no hay expresión alguna y al
apoyarse al lado de las escaleras, parece incluso que un halo de frío recorra todo lo
cercano. Parado al lado de Helena un pequeño susurro parecido a una pregunta se
derrama de entre sus labios(“¿Donde duermen?). Al siguiente salto, alargó los brazos
hacía los delfines que en la inmensidad seguían volando eternamente. Se alejo
definitivamente y Helena bajo las escaleras dándose cuenta de que realmente estaba
en los sueños, e intentó grabar en sus recuerdos conscientes del baile y los bares,
aquella pregunta de donde dormían los delfines.
Al despertarse, ni la vigilia ni el paso del tiempo consiguieron alimentarse de ese
sueño.
CAP IV
En las primeras cuarenta y ocho horas tras tu desaparición, no dejaba de imaginar
en que coños andarías metido. Siempre con tus lios extraños, con esa manía de
aparecer a la noche siguiente en la ciudad más inesperada del mundo por sorprender a
alguien que intentaba olvidarte. Así se lo dije a Carlos el de la recepción de la oficina.
Me llamó el día que te echaron, me contó como fue todo, y yo esperaba como una
estúpida toda la tarde a que me llamaras para contármelo e ir a celebrarlo.
Al llegar la noche comprendí que no ibas a llamar o que quizás ya habías llamado
pero no a mi.
A la hora de la comida encontrarme tu móvil desconectado, el pitido de tu
contestador volvía a sonar, pero tu voz no la pude volver a escuchar.
Una extraña compañera durmió conmigo aquella noche, aun no me ha
abandonado. Su peso empezó a abrazarme por los tobillos, parecía que ahogase la
sangre. Es como una tensión silenciosa que acompaña a cada paso de mi sombra
Los días pasan agónicos, la rutina de las clases se ha vuelto insoportable, al llegar
a casa, repaso numero a numero todos los hospitales cercanos, la policía y nuestro
listado común de amigos ¿Donde te has metido Joxi?Solo mis recuerdos me hacen
compañía, y se que tarde o temprano aparecerás tras el timbre de mi puerta con
alguna extraña historia, pero, aun así un extraño vació me acompañaba allá a donde
fuera.
El despertador rompe el descanso del silencio, la mirada de Maite perdida en el
techo del cuarto, aguardaba a que algún ruido la devolviese a la vida, pero, cuesta
tanto aceptar otro día.
Cuesta tanto sentirte perdida. Durante el día te busco medio sonámbula entre las
esquinas y los portales y al caer la noche, consciente en los sueños, te veo por todas
partes como si quisieras decirme algo entre silencios. Ya solo me quedan tus sueños y
esta eterna carta que te voy a obligar a leer como castigo por ser un amigo tan malo.
Recuerdo mientras dormía haberte visto en mitad de un desierto rojo. Dabas
saltos de un lado a otro, muy lento y muy ido, decías cosas que no llegaba a
comprender y en tu rostro no había ningún expresión. Una extraña sonrisa te
decoraba vacío mientras desaparecías. Empezaste a bajar unas escaleras y cuando
mire hacía abajo, tan solo vi el vacío más infinito que jamás podría haber imaginado.
Cuando desperté, mis ojos aun lloraban y el silencio y la soledad esperaban mi
rehabilitación en la vigilia.
Y vuelvo, vuelvo a las calles, a mi coche, al instituto, a los chavales, a la nada.
Las derivadas se proligan en la pizarra y el hastío vaga tranquilo entre los ojos
perdidos de esos psicópatas pre-adolescentes. En una pequeña reunión con el jefe de
estudios, descubrí que me estas afectando más de lo que podía temer. Enrique no
sabía como preguntarlo, pero se le notaba que había visto mi vació. Le conté que un
amigo me tenía muy preocupada. Al final hasta le expliqué que habías desaparecido
desde hacia cuatro días. En sus ojos se le notó que aun se acuerda de ti y de vuestras
borracheras cuando aun estudiabais juntos. Es extraño lo poco que le duro ese odio
que tanto te tenía cuando supo que estabas en peligro. Empezó a hablarme de cuando
todo se os acabo, de cuando se te pudrieron las palabras y dejaste de esculpirlas
contra tu gran monstruo blanco. Sigue convencido que nunca superaste aquella
depresión y que aunque siguieras respirando y viviendo, ya eras un suicida en lista de
espera. Hasta que fuera demasiado, hasta que ya nada valiera lo suficiente.
Era extraño, pero siempre he pensado lo mismo, por eso nunca te he dejado solo,
porque sabía que necesitabas un hilo sobre el que andar hasta que recordaras como
volabas. Pero nunca volviste a desperezar tus alas y te consumías día a día, cuando
vuelvas vamos a tener un buen par de gritos, para ver si así despiertas.
Enrique volvió a ofrecerme unos días de descanso. Me reí solo de pensar en el
miedo que me da no tener una obligación marcando mi segundero, le dije que no se
preocupe. Seguí hacía delante, aunque hace mucho que ya no muevo ni el corazón.
He pasado la tarde de nuevo en la comisaría, preguntando a personas con cara de
formulario (“cuando sepamos algo le avisaremos, no se preocupe”), las formas
educadas de echar a la gente son mucho más insultantes que el portazo más seco. He
aparcado el coche al lado del basurero del Puig.
Veo en mis recuerdos mientras el sol cae. Bailábamos días enteros aquí,
jugábamos con muñecas rotas de la basura y aquí, alejados de la realidad que nos
consumía durante la semana, éramos libres. Tienes razón quizá era un engaño, una
falsa sensación derivada de todo lo que nos metíamos en aquellos años, pero engaño
o no, lo cierto era que lo sentíamos. No era la edad, era el odio contra todo y todos.
Eran las lagrimas de la derrota transformadas en sonrisas por un instante que si era
real. Por una noche en que nadie podía decirnos “NO”y por esos amaneceres. El sol
se despertaba lentamente y todos le esperábamos sentados sobre adoquines sucios,
rodeados de mierdas secas de perros, y aquellas sonrisas estaban mas allá de la
felicidad de los anuncios y las hipotecas. Estábamos más allá de este mundo suyo(que
ahora se de sobra que también es mío), vivimos un sueño donde nuestra piel era real,
donde nuestros pies sangraban de tanto bailar, y nuestros ojos brillaban como
estrellas fugaces esperando quemarse pronto.
Sentada ante el vació de este basurero, dejé durante horas que la ceniza de los
cigarros cayese, que el silencio hablara y que las lágrimas se secasen. No se por que,
pero esta noche he sentido que ya estas muerto. Me he arrancado de aquel lugar
cuando los sollozos ya no me dejaban respirar y corriendo por la comarcal me
convencía que solo era el pesimismo de donde venía esa idea.
Aun debe ser media noche, pero la luz de la mesita de noche ilumina estas
paginas que jamas acabo de escribirte porque a pesar de haber desaparecido nunca me
abandonas del todo. En mis sueños esperaba sentada en una terraza. Un gran tazón de
caldo humeante calentaba mis manos, una ventisca furiosa azotaba todo el lugar.
Nadie caminaba por las callejuelas que rodeaban la terraza y yo me veía inmersa en
mis pensamientos, ajena a todo lo que me rodeaba. Me encontraba en calma y
humeante como el tazón a la espera de alguien y su desespero. La noche cayo feroz
sobre mis sueños, y fuera de mi piel debía sufrirse mucho, pero aquella mesa estaba
resguardada de todo. Una mujer cubierta en sombras, que parecían alquitrán, llego
casi a rastras hasta la mesa, y al sentarse alzó la vista sonriente y se desplomo sobre
la mesa.
Pasaron días, la hospedé en una pensión cercana al café y la estuve cuidando.
Cuando recuperó el aliento tan solo me dijo que me ayudaría a encontrarte. Me vas a
costar unas cuantas sesiones con Carla. Hace mucho que no la visito, pero ya
empiezo a necesitar de nuevo un apoyo psicológico profesional y externo.
Vuelvo a escribirte desde casa, esta tarde pase por tu piso. Aun guardo las llaves
que me dejaste cuando apenas nos conocíamos. No podía evitar mirar en los espejos,
esperando que en cualquier momento entrases por la puerta extrañándote de que
estuviera allí. Repase tus notas, y me ruborice al ver mis pensamientos pintados con
tus palabras. Mis gestos medidos por un subconsciente cansado de jugar, solo tú
sabrías leerme tan bien. Y como siempre que he leído algo tuyo un escalofrío húmedo
me ha recorrido las sienes al sentir que se parece tanto a mis ultimos sueños...
Cada día que pasa, tu silencio y tu falta se vuelven más pesadas y mas
impertinentes, espero que no se te haya ocurrido irte sin avisar.
La arena roja cubría todo el horizonte hasta donde mi vista podía alcanzar. En
mitad de una ventisca grisácea que deambulaba por el desierto sin destino ni sentido,
vi a una pequeña sombra que luchaba por continuar caminando. Parecía que los
vientos la persiguieran, y a lo lejos, en el cenit de los cielos extrañas sombras
gigantescas la cubrían, como si la luz no fuese para ella. Sus pasos me recordaban
algo, intenté seguirla, pero cada vez el horizonte se acercaba más a ella, y yo no
conseguía dar con la dirección correcta para alcanzarla. Llegue cerca de una pequeña
cordillera de lomas verdes, con fresco césped y algunas amapolas blandiendo su
sangre sobre el tapiz natural. Cuando logre fijarme te vi sentado a lo lejos. Estabas
gris y pálido, ajeno a todo y lentamente girabas la cabeza para mirar hacia el norte y
hacia el este.
Aquella figura se alejo y las sombras dominaron toda la bóveda, tu rostro parecía
gelatinoso y me quede sentada al lado de tu silencio, mientras, tu no dejabas de mirar
a las sombras que comenzaban a caer desde todas partes. En un instante, tu, las
sombras, ella, el desierto y toda la existencia de aquel lugar se convirtieron en nada.
Fue una ráfaga helada que me devolvió aquí, que abrió mis ojos estampándome
contra esta nada.
Los días siguen pasando como una larga continuación de cuarenta y ocho horas
marchitas. Estaba en mi horario de guardia divagando en las esquelas, delante mío
estaban cuatro imberbes pre-psicópatas que habían sido expulsados de sus respectivas
clases. Recuerdo entre algún reojo a los pupitres, como Carlos calentaba la punta de
las minas que había sacado de las tripas de algunos lápices. Esos niños son carne de
cañón. No termino de entender donde empezó el problema, en sus casas nadie les
habla o algún trauma de la infancia más primaria, pero en algún lugar empezaron a
desear el mal. Lo alimentan y lo paren, lo llevan en la sangre desde tan pronto. Cerca
suyo, Pedrin había echo un complicado tirachinas con las partes de un bolígrafo. Me
asquea tanto formar parte del engaño de la enseñanza. Todos los que estamos dentro
de ella, desde el ministerio hasta los alumnos saben perfectamente que no funciona.
El que quiere aprender lo suele hacer a pesar de los organismos de enseñanza, cuando
puede. El que no quiere, es obligado a hundirse durante años en ese trauma sin
ninguna opción alternativa real. Es normal que acaben odiándolo. Delante mío estaba
un ejemplo claro de introducción al pensamiento carcelario y es una de las técnicas
mejor acogidas para el trato con el alumnado. Cuando un alumno no se comporta de
acuerdo con las normas representadas por el profesor, es apartado de su
microsociedad( sociedad al fin y al cabo) y enclaustrado a no hacer nada hasta que
finalice el tiempo de castigo. Es patético que esté aquí sentada y no dejo de hacerlo.
De repente un grito me arrancó de mis pensamientos. Al levantar la vista vi a Pedrin
congelado con una mueca mezcla de miedo y responsabilidad, blanco e inmóvil. A su
lado, en el suelo, entre gritos y espasmos de dolor, con las manos tapándose la cara
estaba Carlos. Mientras me levantaba corriendo al grito de “No lo toques” pensé que
no sabía que hacer, pero que hiciese lo que hiciese, lo tenía que hacer ya.
Sigo en mi cuarto, la noche ha ido cayendo mientras te escribía esto y debo llevar
ya casi dos horas parada releyéndolo, ha sido tan grotesco. El medico ha dicho que la
operación ha sido un éxito, no había manera de salvar el ojo, un trozo de carbón al
rojo vivo atravesó la cornea enfriándose a tiempo de no llegar hasta la cuenca del ojo
ni de tocar el cerebro. Enrique me ha dicho que me coja unos días de descanso, no se
que hacer. ¿Qué le esta pasando a mi vida? Me siento como un personaje secundario
que al acabar la obra no esta en la ultima escena. Un escalofrío recorre mi espalda al
oír sonar el teléfono destripando al silencio. Ultimo recuerdo tuyo.

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